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Y sin nadie a quien pasarle el testigo

Amediados de los años cincuenta del siglo pasado el toque de la guitarra flamenca no iba más allá del rasgueo y el punteado, aunque hubiera algún que otro intérprete con técnica más avanzada que dominaban también el trémolo, el arpegio y la simultaneidad armónica de los acordes, como Ramón Montoya, Manuel Serapí o Agustín Castellón Campos, alias Sabicas, entre otros, a los cuales, y con visión retrospectiva hoy, bien se les podría considerar como avanzadilla de lo que la guitarra flamenca ha llegado a ser a partir de ellos.

También por aquellas fechas un joven nacido en Algeciras, de nombre Francisco Sánchez Gómez, se afanaba en aprender en una guitarra casi mayor que él, lo que le escuchaba a los tres maestros aludidos, especialmente las falsetas de Manuel Serapí, alias Niño Ricardo.

Paco de Lucía, que ese fue el sobrenombre artístico que el joven algecireño adoptó cuando se sintió guitarrista allá por los años 60, irrumpió en el campo profesional demostrando unas maneras interpretativas con detalles técnicos y musicales inéditos hasta entonces, mostrándolos igual en unas soleares que tocando jazz junto a John McLaughlin, Chick Corea o Al di Meola, tres nombres importantes de ese tipo de música.

Ante una actuación de Paco de Lucía no se sabía bien qué admirar más, si su virtuosismo como intérprete, de técnica impresionante, o su capacidad creativa como músico. Sensibilidad y una extraordinaria intuición musical avalaban en él ese estado de gracia que llamaríamos inspiración, o duende en su caso.

Nunca la guitarra flamenca se había adornado con acordes tan bien engarzados como los que De Lucía dejaba ver en sus interpretaciones, muestra clara de tener de la música una concepción espacial, esto es, armónica, de ahí que no sólo recorriera el diapasón de la guitarra con rutilantes escalas melódicas, sino que lo hacía igualmente con series de acordes encadenados que, en su trayectoria, iba ligando tonalidades con modulaciones de extraordinaria factura y belleza, todo ello sin perder de vista en ningún momento el hilo conductor del estilo de la música que estuviera interpretando.

"El día que uno está inspirado el tocar se convierte en algo mágico", le hemos oído decir alguna vez. "No hay droga que se iguale a esa sensación. A veces te fusionas con la guitarra y entonces sucede algo maravilloso, lográndose un estado de gracia increíble que, desgraciadamente, no siempre ocurre".

En su ya larga trayectoria artística hay un hecho que dejó ver a las claras el nivel de sus capacidades. Nos referimos al hito que supuso su interpretación del Concierto de Aranjuez en el Teatro Real de Madrid con la Orquesta Sinfónica de Cadaqués y Edmon Colomer en el podio. "Estudié ese concierto sin saber música -decía-. Tomé un libro de solfeo en donde venían las notas y las fui cotejando una a una con las de la partitura, pasándome más de un mes practicando el concierto durante más de doce horas diarias. El día del concierto me encontraba tenso, temía equivocarme en algo que estaba tan bien organizado, sabiendo que si yo me equivocaba todo se podía ir al garete. Quise tocar ese concierto porque entendía que, además de la perspectiva del flamenco, podía existir otra manera de expresar la música española, y tenía que comprobarlo...".

No se equivocó. La versión que nos propuso del Concierto de Aranjuez, la obra para guitarra y orquesta de mayor proyección de cuantas se han escrito en los últimos 70 años en España, ocupó lugar esa noche, y ya para siempre, entre las otras grandes versiones que han realizado Regino Sáinz de la Maza (para quien fue escrita la obra), Narciso Yepes, John Williams, Alirio Díaz, Ernesto Bitetti, María Esther Guzmán, entre otras grandes figuras. Tan equilibrada la sonoridad de la guitarra y la orquesta, tan bien mezclados los elementos puestos en juego, que de todo ello resultó un gran concierto en el que se escuchó verdadera música, "dándosenos, casi inédita, una alegría sin jaleo", que diría Federico Sopeña. Una vez más el arte de Paco de Lucía alumbraba aquella noche la senda que venía orientado a las jóvenes promociones de guitarristas que hoy son. Descanse en paz.

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