Cultura

La noche bien valió una libra

  • La compañía de Fernando Conde ofreció el sábado en el Villamarta una magnífica puesta en escena del clásico de William Shakespeare, 'El mercader de Venecia'

Tal vez, sí, la crítica haya clasificado 'El mercader de Venecia' como una comedia romántica desde hace mucho tiempo. Ahora bien, yo me quedo, más que con la historia de amor de Porcia y Basanio, o con la fuga amorosa de Yésica y Lorenzo, con la parte dura de la trama. Tal vez sea porque el personaje de Shylock siempre me ha gustado del Mercader más que ningún otro. Su carácter recio, inflexible, usurero y cruel me fascinan. Pero hay más que eso. El judío con el que Antonio contrae la deuda de tres mil ducados siente tanto odio hacia él que termina por renunciar a la deuda monetaria. Quiere, a toda costa y a modo de venganza, cobrarse la parte del contrato que dice que si Antonio no le devuelve el dinero en el plazo establecido, tendrá que pagarle con una libra de su carne lo más cercana posible al corazón. Renuncia el hebreo a toda moneda aun cuando le ofrecen, in extremis, pagársela. Porque el cobro está en la venganza de su enemigo, de aquel que ha prestado otras veces por caridad cristiana sin reclamar nada a cambio, y que ha sido su competencia más dura. Y en ese empeño, brutal y rotundo gira, en mi opinión, todo el magnetismo y la fuerza del 'Mercader de Venecia'. Shylock no solo habla sobre el escenario. Reflexiona en voz alta. Critica, menosprecia y vilipendia al cristiano. Destila odio por todos los poros de su piel. No se arredra, no transige. Es un personaje despreciable al que, sin embargo, adoro. Supongo que también tiene mucho que ver con quien se meta en la piel del judío. En el caso de la producción del sábado fue Fernando Conde, que nos regaló una de esas interpretaciones que marcan la trayectoria profesional de un actor. Su rol de usurero vengativo fue un dechado de virtuosismo dramático. Shakesperare creó al judío, y puedo decir sin temor a caer en la grandilocuencia, que Fernando Conde giró la tuerca para hacerlo todavía más perverso y más canalla. Me descubro ante Conde. El sábado, en una obra coral y repleta de excelentes actores, dio una clase magistral de interpretación.

Pero eso no fue todo. Ni mucho menos. No podemos pasar por alto a la guapísima Natalia Millán. Sin menoscabo alguno en este cometario, se despoja la madrileña aquí de cualquier retazo televisivo y popular para darle vida y forma a la encantadora Porcia. Nos regala además (desconocemos si es obsequio de Denis Rafter -director de escena- o del propio Conde) una pieza cantada, dulcemente interpretada, sin más instrumento que su propia garganta y el (cuasi)silencio del patio de butacas. Sobresaliente.

Hay más. En una obra como esta, donde casi todos los personajes tienen su importancia, no puedo poner pero alguno. Catorce actores y catorce estrellas. Nadie dio una mala nota, nadie pasó desapercibido. De lujo el papel de Carlos Moreno encarnando al Príncipe Aragón, y buena nota para el veterano Juan Gea encarnando al atribulado rico comerciante Antonio. Estupenda también Ruth Salas. Pura dulzura y un timbre de voz claro que supo aprovechar para su papel de Yésica, la hija del judío. Un lujo José Hervás, en su doble papel: Gobo y el Dux.

Pero, por si fuera poco, Fernando Conde ha bebido de la fuente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y ha tomado para la difícil empresa de poner su compañía de teatro en marcha, los elementos claves para que tome rango y categoría: música, vestuario y escenografía efectista y elegante (con qué pocos cambios se consigue tanto si hay buenas ideas y se siguen los patrones adecuados). Además la dirección del experimentado irlandés Denif Rafter no hacen sino corroborar la idea de Conde de formar una compañía que va a ser referente muy pronto dentro del panorama escénico español.

Para poner la guinda, el Villamarta se llenó hasta la bandera. Otra cosa es el concierto de toses, ruidos, móviles encendidos y comentarios. Pero ante eso me rindo ya, claudico, renuncio, desisto. Es batalla perdida y prometo, salvo caso flagrante, no hacer más comentarios al respecto. Palabrita del Niño Jesús.

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