Rosa Montero. Escritora

"Nos podemos ir al abismo en cualquier momento"

  • La novelista madrileña regresa al mundo futuro de 'Lágrimas en la lluvia' con 'El peso del corazón'.

Rosa Montero recupera a la protagonista de Lágrimas en la lluvia, Bruna Husky, en El peso del corazón (Seix Barral), una nueva incursión en la ciencia ficción con elementos detectivescos, existenciales, fantásticos y ecológicos. De la madrileña destacan también los libros La hija del caníbal, La loca de la casa y La ridícula idea de no volver a verte.

-De los elementos que conforman el futuro que plantea en estas novelas, ¿cuáles les resultan más inquietantes a la hora de concebir su posible plasmación en la realidad?

-La verdad es que para mí no es un futuro distópico ni utópico, no es un futuro que esté lejos de la realidad que vivimos; para mí ya es realidad. Lágrimas en la lluvia y ésta son mis novelas más realistas. Utilizo la ciencia ficción como una herramienta metafórica, que además es poderosísima, para hablar de la vida, de la experiencia humana y de la realidad. No me da miedo nada especialmente en el sentido de que ya estamos exactamente ahí. Veo una tendencia hacia un mundo tremendamente nostálgico de los autoritarismos y los totalitarismos. Hay una crisis de la credibilidad democrática que entiendo porque las sociedades democráticas son hipócritas, abusivas..., pero para mí no hay otra cosa menos mala. Hay alrededor esa especie de tendencia tremenda de añoranza del totalitarismo, ya sea religioso, laico, de extremas derechas, fanatismos... Eso está en mi libro, así como la tendencia hacia un liberalismo salvaje en el que te llegan casi a cobrar el aire. Por otro lado están las cosas buenas, porque no es un mundo espantoso del todo, está el hecho de la creación de los Estados Unidos de la Tierra, esa supranacionalidad muy costosa que se está empezando a formar. Si le hubieras dicho a un europeo de principios del siglo XX lo que le iba a esperar, se habría quedado patidifuso: dos guerras mundiales, dos bombas nucleares, el exterminio del nazismo, la tremenda mortandad del estalinismo... Y al mismo tiempo también en ese siglo 100 países entraron en vías democráticas y hubo el reconocimiento de la diferencia, la cuestión feminista, el comienzo de la ecología, los primeros movimientos supranacionales, el laicismo..., montones de cosas también buenas. En ese mundo que planteo esto es exactamente igual, hay partes buenas y malas y, en cualquier caso, lo que está claro es que hay que empujar a la sociedad porque el progreso no es inevitable y nos podemos ir al abismo en cualquier momento.

-Suele ser un recurso muy eficaz e iluminador hablar de la realidad actual a través de un futuro inventado o intuido en el que algunas de las amenazas que ahora laten ya se han cumplido...

-Sí, la sociedad es algo que está en constante evolución, es un organismo vivo, crispado, contradictorio, paradójico, constantemente en movimiento. Hay cosas que se han cumplido y se descumplen. El libro muestra que es necesaria la lucha social y que conduce a algo: se consiguen cosas.

-¿Qué la llevó a dar el paso a la ciencia ficción?

-Siempre me ha gustado la ciencia ficción y estos no son mis primeros libros del género. En 1991 publiqué Temblor, y mi segunda novela, La función Delta, de principios de los 80, es de anticipación, porque parte de la acción transcurría en esa época y parte 30 años más tarde. Y ya han pasado esos 30 años; soy tan mayor que ya he pasado el futuro de mis libros de anticipación. No creo en los géneros, no me gusta encerrarme en el cajoncito de un género y limitarme por sus normas, me encanta hacer libros híbridos como La ridícula idea de no volver a verte o La loca de la casa. Utilizo lo que me interesa de los géneros como recursos expresivos. En este último libro hay ciencia ficción y es también un thriller existencial, es una novela política, de amor, fantástica... Lo que sí resulta una novedad para mí es la construcción de un mundo que vuelvo a visitar. Cuando a los 56 años o así me puse a pensar en mi siguiente novela me di cuenta de que iba a publicarla cerca de los 60, y pensé que me quería regalar un mundo, porque si ser novelista es ser un poco como Dios, construirte un mundo es ser un Dios muy poderoso. Es hacerte un juguete enorme. Todos los novelistas tenemos un poco esta tentación de construirnos un mundo propio. Y me lo regalé. No quiere decir que yo tenga una historia en la cabeza tan enorme que necesite 27 novelas para contarla. Es simplemente un mundo con unos personajes estables que yo puedo visitar cuando me dé la gana. Cada novela es totalmente autónoma y se puede leer por sí sola, pero posee para mí esa gracia maravillosa de tener unos personajes fijos y poder revisitarlos. Por otra parte, te diré que Bruna Husky es el personaje que más me gusta de todos los que he hecho, es el que siento más cerca.

-A la hora de construir este mundo, más allá de su imaginación, ¿qué referentes literarios o cinematográficos tuvo en cuenta?

-El único y enorme referente que he tenido en cuenta para la idea básica es Philip K. Dick. Se veía de forma evidente en Lágrimas en la lluvia, en el que desde el título hay un homenaje evidente a la película [Blade Runner, adaptación de la obra de Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?]. Cogí dos ideas de él en clave de mito contemporáneo; es como revisitar a Edipo pero en clave contemporánea. Del mito del replicante, el androide, lo que me interesaba tiene que ver con temas que están en todas mis novelas: la memoria como una construcción imaginaria, la identidad, la muerte, el ulceroso y destructivo paso del tiempo... Y yo he hecho esta novela con la misma ambición, la misma intensidad y la misma intimidad que las anteriores, incluso diría que con un poco más. Las dos cosas que cogí son la idea de un androide que al tener una vida más breve que la humana no puede olvidarse de que es mortal, que conecta con el tema obsesivo mío de la muerte, y la idea de un androide que tiene una memoria artificial, una metáfora de la artificialidad de nuestra memoria. Pero, más allá de esto, en lo que escribes están siempre todas tus lecturas. Por ejemplo, en mi caso está Nabokov, que para mí es un maestro absoluto en cuanto a la estructura: yo soy una escritora muy arquitectónica. También está de Nabokov el sentido de la paradoja, el uso de la crueldad y la ternura... O Patricia Highsmith, lo resbaladizo de los personajes... Hay montones de influencias. Uno es todo lo que ha leído y también deudor de los autores que no le gustan, porque enseñan las cosas que no quieres hacer.

-¿Cómo va a salir el mundo de esta crisis?

-No lo sé... Creo que toda la historia de la humanidad está marcada por esa tensión entre la luz y la oscuridad, un impulso de progreso, empatía y aceptación, de intentar ser mejor de lo que somos, y otro de explotación, de crueldad y de locura, de una ambición de poder que lo devora todo. Y esto es así desde el principio de los tiempos, desde las cavernas. Yo ambienté en el siglo XII Historia del rey transparente y en ella hablaba de ese momento álgido de lucha entre la luz y las tinieblas. Ahora mismo estamos en otro momento álgido de esa lucha, un momento muy peligroso por esa tendencia reaccionaria, ese deseo de la gente de entregarse a la simplificación de la vida, a las respuestas engañosamente simples ante las situaciones tan complejas que vivimos. Esto nos convierte en carne de cañón para todo tipo de fanatismos. Y estos fanatismos son tremendamente carniceros, sanguinarios, crueles, enloquecedores. Veo un momento muy complicado.

-¿Se plantea continuar esta saga?

-Sí, aunque no es exactamente una saga, ese mundo está ahí y escribiré otra novela porque ya tengo en la cabeza el huevecillo de lo que quiero hacer. Pero antes haré otra novela contemporánea para la que ya estoy tomando notas.

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