Pretérito perfecto

A la sombra de los jaramagos en flor

 LA primavera ha venido de repente, llenando el aire de azahar y los corazones de amor. Llegaron las alergias y las tirantas, las bermudas y los caracoles. Gimnasios y centros de depilación se abarrotan y en los mercados abundan las fresas, habas y alcachofas. La Madre Naturaleza renace. Verdea la viña y el trigo verde se mece arrullado por el levante. El campo se viste de alegría, cubriéndose de flores…

Es todo tan bonito que Perséfone tapa con su colorido manto todo, incluidas las calles, iglesias y palacios. Quienes se acerquen en estos días al centro tendrán la oportunidad de entrar en el Reino de los Jaramagos. Les invito a unir nuestras manos y hacer una visita a tan singular país.

Ya ven, una planta tan tonta como el jaramago, un vegetal al que apenas si echamos cuenta y al que el ser humano encuentra otra utilidad que no sea alimentar a los canarios o hacer brebajes contra la ronquera.

Sisymbrium officinale. Es una planta bienal muy parecida a la mostaza. Tallo erecto, ramificado, negruzco, rugoso y piloso que alcanza 25-60 cm. de altura. Las hojas de la base son pinnadas con grandes lóbulos y márgenes dentados, las hojas superiores más pequeñas y menos lobadas. Las flores son amarillas y muy pequeñas, se agrupan en espigas terminales de hasta 50 cm de longitud. Los frutos son unas vainas erectas adosadas al tallo que contienen semillas de color amarillo y sabor áspero.

Marchemos juntos, y yo el primero. La selva amarilla nos espera. Da igual por donde entremos, nos sorprenderá en la calle de los Morenos, en la plaza Basurto o en el Mamelón. Un toque silvestre a nuestro aburrido patrimonio, una pizca de gracia a los vetustos cantos, una peineta salerosa que sobresale de las cornisas. El jardín de las ratas vagabundas y el bouquet que Dios regala a los paseantes. El humilde jaramago es ahora el rey. Una planta escuchimizada que antes sólo veíamos en los solares y que ahora campa por sus fueros. 

Da gloria ver esa cuesta Castellanos como si fuese uno de los floridos pensiles de Babilonia, esos tejados de San Lucas, que parecen Los Campos Elíseos, o esa cubierta de San Dionisio, que está punto de ser declarada Parque Nacional, al encontrarse en ella varias especies endémicas, como el curioso Saramagus Repettensis, un tipo de jaramago que los más avezados biólogos sólo han localizado allí. 

Nuestra ruta aún no ha acabado. Volemos por la muralla, por las bodegas verdes y gualdas y aterricemos en la plaza Belén. Entraremos en la Floresta del Flamenco, también llamada Selva de Herzog y De Meuron. Aquí hay quien afirma que ha visto jaramagos de quince metros de altura, sobre los que habitaban monos. Caminemos machete en mano, en este tupido bosque, entre el asombro y el miedo a ser atacado por un gato salvaje. Hay que ir con cuidado, pues hay jaramagos alucinógenos, y cuentan que quieres los tocan, oyen los lamentos de los condenados a muerte que habitaron la cárcel y el canto de sirena de las putas de Rompechapines. En algún lugar de esta maraña, se encuentra el Edén donde fueron creados nuestros padres, los primeros jerezanos: dos bolizas llamados Adán y Eva.

Es todo tan bonito… Alfombras persas sobre las azoteas y el espíritu de Hundertwasser que lo inunda todo. Un nuevo concepto monumental que aúna arte y ecología, fauna, flora y mudéjar. ¿Y qué decir del aprovechamiento económico de estas plantaciones que nos regala la estación? Animo a los propietarios a no limpiar de maleza las casas. Recolecten sus jaramagos (de modo sostenible, no vaya a ser que perdamos este tesoro) y elaboren mermelada o licor, les aseguro un éxito rotundo en las tiendas de delicatessen.

Sigamos eternamente con esta excursión. Bailemos y riamos. Que no termine la fiesta. 

El centro ha muerto y la primavera le ha tejido una brillante mortaja. ¿Qué más nos da a nosotros?

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