Diario de las artes

La trampa de la mirada

UNO de los espacios de la capital de la provincia que llevan más tiempo presentando una programación artística más variada y convincente es la que la Diputación tiene en el Consulado de Argentina y que lleva el nombre del presidente Rivadavia. Allí, Eduardo Rodríguez desarrolla una labor encomiable para que las más diversas propuestas artísticas tengan un sitio y manifiesten su amplio sentido en esta contemporaneidad plástica donde casi todo puede ser posible.

La pintura figurativa, aquella que está destinada a representar ficticiamente la realidad en un soporte, tiene un recorrido muy amplio, tan amplio, que muchas veces, su propio sentido ilustrativo queda abocada a un paupérrimo estamento donde sólo se pretende copiar lo más fielmente un modelo. Escaso planteamiento artístico y, hoy, una pérdida sustancial de tiempo. Es aquello que el gran Cezanne ya advirtió con justa claridad: "no quiero cuadros que copien la realidad tan exactamente que sólo alegren la mirada de los imbéciles". A estas alturas, representar miméticamente la realidad sin otro fin que mostrar epidérmicas habilidades se nos queda un poco alejado de lo que requiere este concepto de arte actual mucho más abierto a otras consideraciones que las que sólo secunden insulsos virtuosismos.

Julio Rodríguez, curtido en mil batallas con la amplia figuración como sentido principal de su pintura, ha encontrado el camino del juego ambiguo en una pintura que busca el guiño cómplice del espectador para agotar su último y postrer desarrollo significativo. En su pintura, el artista jerezano acude, sin reservas, a la manifestación absoluta de la realidad, pero no con la única intención de plasmar, de forma afortunada, los encuadres de la más determinante concreción, sino, con ellos, como contundentes elementos de un espacio pictórico que juega a la doblés visual, al guiño cómplice, al corro esquivo del engaño entrañable y a una especie de enmascaramiento de lo real, haciendo gala de ese poderoso sistema pictórico del que siempre ha considerado su trabajo.

La exposición que se presenta en la sala Rivadavia nos ofrece una figuración distinta, ajena a la habitual ilustración de espacios, personajes y actitudes concretas que tanto se en entran en este tipo de pintura. El artista construye una realidad particular, buscando siempre el guiño jocoso, la trampa visual, esa especie de trampantojo que mediatiza lo más inmediato e intenta poner ciertas dificultades a los propios atajos que la mirada construye.

Julio Rodríguez es un buen pintor; un artista luchador, de esos que se pelean sólo con quien debe: con los soportes y los pigmentos. Es autor solitario, ajeno a comidillas, grupetes y espacios de poder. Lleva mucho tiempo trabajando en lo artístico, señalándose como un pintor de realidades, al que lo concreto se le ha quedado estrecho en sus simples manifestaciones al uso y busca derroteros menos encorsetados por donde pueda discurrir una pintura a la que no le falta entusiasmo alguno.

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