Llantos desesperados, llamadas infinitas, pañuelito de lágrimas. Abrazos insaciables, consejos divinos y besos que te llegan al alma. Momentos en los que nunca te sientes sola ni para comprar el pan. Risas, muchas risas hasta que te duelan las costillas. Personas a las que quieres como si se te fuese la vida en ello pero al mismo tiempo deseas matar. Porque sí, nosotras somos como un matrimonio en una crisis constante. Y es que no sé que haría sin mis amigas. Quizás sea porque con 23 años mi familia solo la conforman mis padres, mis abuelos, mis tíos, mis primos y ellas, pero de lo que estoy segura es de que cuando tenga 50 también las quiero para mí. Conservar la amistad después de tantos años, y los que quedan, es algo de lo que estoy muy orgullosa. Cada una con sus estudios, sus parejas, sus trabajos y aún estando en diferentes partes del mundo, siempre juntas. Hay quien me dijo que quien tiene un amigo, tiene un tesoro y yo tengo la suerte de no tener solo uno. Amiga mía, tú que me escuchas, gracias.

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