Las calles abarrotadas de almas, notas musicales agudas y penetrantes que rodean la ciudad y que te remueven por dentro como una lanza puntiaguda que te eriza toda la piel del cuerpo, perfume de azahar e incienso, patrimonio artístico y cultural inigualable, tallas de magnífica factura y extraordinario poder de reunión y convocatoria, todo ello realmente único. No importa si eres de derechas o izquierdas, azul o amarillo, o si eres del Madrid, del Sevilla o del Betis, todo el mundo a una, y yo preguntándome cuál es el verdadero motivo.

Espectáculo para los sentidos sublime e inigualable, pero ¿para qué acudimos y queremos ser parte de esta Semana Santa? ¿Sentimos dentro el verdadero Via Crucis y el Calvario que vivió Jesús?

Bares abarrotados, suciedad en las calles, griterío y aumento desproporcionado de la tasa de alcohol en sangre.

Estas son las dos caras de la Semana Santa, la de devotos y la de 'fariseos', como gritó una señora en Sevilla ante un grupo de gente que seguía hablando a voces ante la figura del Cristo en la procesión del silencio.

¿Se está convirtiendo la gente en una sociedad cada vez más inconsciente y automatizada, manipulable y sin coherencia? ¿O es que simplemente la gente se aleja cada vez más de lo místico y espiritual?

Como enseñó nuestro Jesús, al que veneramos y vemos pasar cada día de esta Semana ensangrentado, arrestado, en oración y crucificado: "Bienaventurados los verdaderos 'pobres' de espíritu, los desprovistos de todo engalanamiento superficial externo, los que son libres de apegos materiales y a las metas mundanas personales, porque de ellos es el Reino de los Cielos".

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