En las Cofradías, las asambleas generales a las que acuden todos los Hermanos, se conocen como Cabildos Generales. Los hay ordinarios y extraordinarios, si bien nada tienen que ver con los modales de los asistentes, -ya que en este caso serían todos ordinarios-, sino con el hecho de que unos se celebran obligatoriamente y los otros, si se encarta.

Salvo en contadas ocasiones estos cabildos pasan, sin pena ni gloria, cuando lo que en ellos se acuerda va a misa y la misa vale. Suelen ser especialmente movidos y beligerantes los Cabildos Extraordinarios de Elecciones, si hay más de un candidato. El resto, normalmente, planos y anodinos.

En las cofradías hay muchos tontos, pero muchos… muchos. Tantos que Francisco Robles les dedicó una monografía -"Los Tontos de Capirote"- , ordenándolos por gilipolleces varias, para mejor comprensión de los ávidos lectores, igual de tontos que los protagonistas. Hay muchos retratables por más de una necedad. Pero el tema no se agota y los tontos se reproducen, parece que de modo asexuado, aunque no se sepa bien, si por esporulación o por partenogénesis.

Hay cofrades que no se enteran de que la voluntad de su Cofradía, es la expresada en los acuerdos de los Cabildos Generales. Y aunque cada uno es libre de pensar lo que quiera y como quiera, si difiere de lo acordado mayoritariamente en cabildo, se coloca en una posición adversa a su Hermandad y defiende un planteamiento caprichoso, por minoritario. Acatar el acuerdo y disentir del mismo es de cofrade coherente y adulto.

Por el contrario, deja de ser coherente y adulto, para convertirse en necio, estúpido y gilipollas cuando el cofrade piensa que el Cabildo General está equivocado y sólo él vive en el acierto. Germina el Tonto Soberbio que apetece su opinión sobre la de los demás, aunque los demás sean más. Este tonto llega a pensar y, lo que es aún peor a decir, que el equivocado es el cabildo que inexplicablemente adopta acuerdos caprichosos con lo fácil que le resultaría coincidir con el criterio de semejante lerdo. En el fondo, este tonto no deja de ser un analfabeto funcional, aunque tenga título superior, como prueba manifiesta del fracaso de la universidad española.

Esta tontuna es enfermiza pero no contagiosa. El mentecato infectado, a la postre, evidencia su incapacidad de convencer a los demás. Si fuera capaz de argumentar una idea, seguramente no tendría problema en convencer al Cabildo de sus planteamientos e, incluso, de rebatir los argumentos que esgrimieran en contra del suyo. Pero como en el fondo no es más que un tontaina cobardón, ni siquiera se atreve a asistir. Encontrará cualquier excusa para justificar su ausencia y, eso sí, pasará el resto de su mísera vida criticando el acuerdo de la mayoría y alardeando en la barra de cualquier bar, sobre los inapelables asertos que hubiera vertido en el Cabildo, de haber podido asistir. Un memo. Los que le escuchan, unos estultos.

Decididamente hay que: desenmascarar a estos badulaques; ponerlos contra las cuerdas; caparles la bambarria; ponérsela en el hocico y confiar en que el hedor convulsione la neurona que les quede.

Su discurso es mera patraña, pero algunos medios se hacen eco de ellos, como ahora de mí.

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