Tuve la desgracia de comprobar en primera persona cómo, en mi infancia, una vecina caía en las garras de la enfermedad mental. Debo reconocerlo. Me marcó. Me resultaba imposible entender (aún hoy lo sigue siendo) cómo es posible que de la noche a la mañana una persona pueda darse la vuelta como un calcetín. Lo blanco se vuelve negro. Lo lúcido, loco. Lo hermoso, horrible. Lo cuerdo, totalmente loco. Desde entonces tengo un respeto muy especial a las personas enfermas mentales. Creo que siguen siendo las mismas en sus adentros aunque sus gestos y sus actos digan lo contrario. Nadie nos libra a los cuerdos del riesgo (y es que fue así) de acostarnos una noche y amanecer al día siguiente al otro lado de esa frontera invisible que es la cordura. Ahora que está de moda, se podría decir que la cordura es un estado de ánimo, quizás todos estemos locos y a quienes llamamos locos sean realmente quienes están su sano juicio. Quizás este mundo se nos ha vuelto inabarcable. Quizás, quizás... Todos somos locos en mayor o menor medida. Creo que sí. Piénselo.

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