En el Ayuntamiento se vive desde tiempos inmemoriales de un ambiente cainita a nivel técnico que ningún gobernante no solo no ha sabido disipar sino que lo ha aprovechado para sus intereses. Es palpable y notoria la guerra de bandos existente entre empleados municipales, especialmente entre los que rondan los más altos cargos. El problema es que estos puestos son designados directamente por el político de turno por lo que, cuando hay cambio de gobierno, nombra a los que considere oportuno condenando a galeras a los cesados, un bucle que permanece mandato a mandato. Lo ocurrido con el controvertido informe del interventor municipal sobre las cuentas municipales de 2014 y 2015 es una muestra más de ese enfrentamiento interno donde se juntan dos factores, la crítica al trabajo técnico previo y el aprovechamiento político del ejecutivo que está en el poder para echar por tierra la gestión de su predecesor. A nivel técnico hay demasiadas fobias que hacen que se vea perjudicada la gestión municipal y, por ende, el servicio al ciudadano.

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