Análisis

PEDRO RODRÍGUEZ MARIÑO

Sacerdote

Centenario de Fátima, I. Vida de infancia

Es para mí la tercera vez, el tercer año consecutivo de peregrinación a Fátima. Un grupo de amigos nos movilizamos para llenar un autobús de cincuenta plazas. Salimos a las once de la mañana el domingo 26 de febrero, y llegamos a Fátima para instalarnos y cenar. Todo el lunes allí y a media mañana del martes emprendimos el regreso para Cádiz, con la conciencia de haber aprovechado bien las fiestas laborables del 27 y 28. Con el aliciente de ser este 2017 año jubilar por el Centenario de las apariciones.

Así lo presentaba Manuel Joaquín Gomes Barbosa, secretario y portavoz de la Conferencia Episcopal Portuguesa, en un artículo para Alfa y Omega, del 5 de enero último. "¡No tengáis miedo! ¡No voy a haceros daño!" "¿De dónde es usted? Soy del cielo. ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar los sufrimientos que Él os quiere enviar, en reparación por los pecados y súplica por la conversión de los pecadores?" Esta conversación entre la Virgen y Lucía, una niña de diez años que estaba con sus primos Francisco, de ocho, y Jacinta, de siete, dio comienzo el 13 de mayo de 1917 al fenómeno Fátima, que este año contará con la visita del Papa los días 12 y 13 de mayo.

Francisco vendrá en peregrinación orante. Su presencia será un incentivo para una mayor revitalización de la fe cristiana -dice Barbosa- y una alerta sobre la defensa de los valores y los derechos humanos para los ciudadanos en general. La devoción del Papa por la Virgen de Fátima se hizo patente cuando pocos meses después de comenzar su pontificado, el 13 de octubre de 2013, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María, ante una imagen llevada a Roma desde el santuario portugués. Su visita de mayo confirmará que "el mensaje de Fátima sigue siendo actualísimo", y "se proyecta en este milenio desde sus comienzos", porque "tiene su fuente en el Evangelio". En dicho mensaje se incluye, además de las apariciones de la Madre de Dios en Cova de Iría, las del Ángel, en 1916, y del Niño Jesús, la Virgen y la Santísima Trinidad que recibió Lucía en los años 1920, cuando estaba en el convento de las Doroteas en Tui, Pontevedra.

Nuestra Señora pide a los pastorcitos: "rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra". Y el 13 de junio les dice: "quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario todos los días y que aprendáis a leer". Y en otras apariciones reitera lo del rezo del rosario para pedir la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Bien ambiciosos son los objetivos y bien poca cosa los pastorcitos. Son jovencillos sin cultura ni posición, ¿qué pueden aportar? Psicológicamente los niños son decididos, firmes en sus pretensiones: si algo les entra en la cabeza o en su corazón no ceden, perseveran, son lineales. El Señor nos dice sobre ellos, "si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos"; o dicho de otro modo, si no queréis de verdad no entraréis.

San Josemaría Escrivá, ya un clásico de espiritualidad, dedica en su libro Camino un capítulo a "Vida de infancia". Describe las disposiciones y formas de oración de los mayores y bien constituidos que se inspiran en el hacer, decir y querer de los niños pequeños, que emboban a quienes les atienden y consiguen cuanto quieren. Ojalá en la vida espiritual creciéramos en esta dirección. De este capítulo copio dos puntos bien expresivos: el 875: "No olvides, niño bobo, que el Amor te ha hecho omnipotente". Y el 876: "Niño, no pierdas la amorosa costumbre de asaltar Sagrarios".

Qué ejemplo nos ha dejado el pastorcito Francisco. Antes rezaba el rosario de modo expeditivo; después del padrenuestro repetía cincuenta veces Dios te salve María, Santa María y pronto acababa, reducida a la mínima expresión las avemarías, y se quedaba tan pancho. Cuando la Virgen le insiste en que recen el rosario todos los días, rezará diez rosarios al día y bien rezados. Si de algo hemos de enriquecernos con la peregrinación a Fátima es del valor y la eficacia de la oración del Santo Rosario. ¡En cuánto la hemos de tener!

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