He de confesar que, aunque pasen los años, no he perdido el 'gusanillo'. El viernes se vivió una de esas intensas jornadas de trabajo que luego se cuentan como 'batallita' a compañeros y amigos. Fueron horas donde se buscaba interpretar cualquier gesto que hicieran los protagonistas, con quién hablaban, con qué cara salían o entraban de la sala donde estaban debatiendo a puerta cerrada, qué ponían en sus cuentas de Facebook o Twitter... Se intentaba, con mayor o menor éxito, la ayuda de algún aliado filtrador que diera pistas mientras se esperaba al culmen, el escrutinio y posterior proclamación, instante en el que la mirada se dirigía hacia todos lados para ver las reacciones de ganadores y vencidos. Sin solución de continuidad, tocaba aporrear febrilmente las teclas del ordenador portátil para tratar de cerrar un artículo lo antes posible. Al igual que una noche electoral, el congreso de un partido es uno de los momentos más apasionantes que puede vivir un periodista que, por circunstancias del caprichoso destino, haya acabado escribiendo casi a diario de política.

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