Entramos en los días previos a la Navidad que tanto arraigo tienen en Jerez. Zambombas por todas las esquinas, patios, asociaciones y establecimientos hosteleros. Las hermandades también han ido cogiendo su hueco en esto de las fiestas navideñas y los villancicos. Encontrar una hermandad que no organice su particular zambomba es una rareza.

Las hermandades, una vez más, funcionan como núcleos socializadores que ofrecen una identidad propia a un determinado colectivo. Articulan, alrededor de sus imágenes, todo un proceso de relaciones que propician un importante puntal para una feligresía, un barrio o un entorno social.

No puede haber verdadera hermandad si no existen esos lazos que unen a sus hermanos durante todo un año. No se trata de sacar un paso un día al año y despedirse hasta el año que viene. Las hermandades fomentan las relaciones humanas, actúan como un imporante puntal de grupo y participan en todos aquellos acontecimientos que la ciudad vive intensamente. Y todo ello porque son asociaciones con vida propia.

Las nuevas líneas de apostolado llevadas a cabo por nuestro obispo, como pastor de la Iglesia en la diócesis, son precisamente este aspecto tan enriquecedor para determinados barrios que, estando en el extraradio, necesitaban ese factor de identidad de un colectivo a los que les unen un mismo lugar en el que viven.

En este sentido, siempre habrá que reivindicar ese papel tan importante de nuestras instituciones cofrades e, incluso, sentirnos orgullosos de este incuestionable valor para la sociedad del presente.

En demasiadas ocasiones, las hermandades se entretienen en formas de llevar los pasos o en una determinada estética en la calle, olvidando nuestro valor social como núcleo aglutinador.

Es por ello por lo que no debemos perder el rumbo y aprovechar este servicio tan importante para la sociedad a través de nuestros valores cristianos.