Análisis

dolores barroso vázquez

Desvestir un santo para vestir a otro

Los recuerdos de la Navidad de mi niñez y adolescencia están vinculados a pestiños amasados en casa, a fiestas familiares sencillas, a vino dulce, oloroso y palo cortado, olor a ajonjolí y matalauva, a primos corriendo celebrando la alegría del nacimiento del Niño junto a nuestros padres y sobre todo nuestros abuelos. No puedo dejar de emocionarme cuando escucho el villancico del rico harapiento, el favorito de mi padre porque también era el del suyo. A candela, a reencuentros en la calle la Sangre donde vivía la familia de mi tío Raimundo, y ya algo más mayor en casa de Jirigaña y Curra. Entonces la zambomba era familiar, espontánea, participativa, uniendo a mayores y pequeños en torno al amor y la diversión compartida, a la transmisión de las tradiciones populares con sencillez, alegría y respeto. Y es en estos días donde convertida en espectáculo anacrónico, desplazada de los tiempos litúrgicos y emocionales, cuando de nuevo en nombre del Flamenco (pongámoslo con mayúsculas) se convoca a la Humanidad a disfrutar del parque temático de la zambomba jerezana, se hace realidad una amenaza no disimulada desde hace meses: el al parecer inminente desalojo de la Asociación Cultural Flamenca de la Buena Gente de su sede actual en la Nave del Aceite. Este espacio ha tenido tantos novios como promesas de fastos culturales nunca culminados, el único indicio de lo que pudo ser la ciudad del flamenco, un megaproblema que arrastra la ciudad desde hace décadas fruto de ese pensamiento a lo grande que en muchas ocasiones genera más conflictos que soluciones. La propia existencia de la Nave del Aceite, su rehabilitación y puesta en uso ya constituyeron un triunfo, su cesión de manera arbitraria un abuso, algo acostumbrado por otra parte en la cesión de los espacios municipales a las entidades privadas, circunstancia corregible legalmente y moralmente a través del convenio público, del compromiso en la continuidad de la actividad y de su puesta al servicio para el resto de la ciudad como edificio polivalente desde el punto de vista cultural, social y lúdico.

La Buena Gente, al igual que otras entidades flamencas que aún continúan errantes buscando acomodo, ya sufrió un desalojo traumático con el inicio de las obras de lo que hoy es, como dice Paco Benavent uno de sus sufridores, el solar más caro del mundo. En estos escasos años han justificado con creces la confianza del bien cedido. Una masa social amplia y joven, donde abundan los niños y adolescentes junto a los más mayores, con una programación sólida, de calidad, funcionando a base de programas sufragados en su mayoría por los propios socios, imbricados con el barrio, su recuperación, su vuelta a la vida. Ese es el presente y el futuro de las peñas flamencas, desde el conocimiento de los aficionados cabales, el respeto al artista, la promoción de los noveles y la formación de los nuevos públicos, fomentar y proteger el Flamenco en sus valores inherentes como Bien Cultural. Por qué no hacerles una encomienda de la sagrada custodia de esta cultura centenaria que nos define y distingue para justificar la cesión de lo público. Por qué no imbricarlos como centro de recepción, interpretación y puesta en valor en el futuro proyecto de los diferentes espacios expositivos y escénicos prometidos. Por qué no nombrarlos anfitriones solícitos de un ambicioso proyecto pedagógico que convierta la sede en un aula de formación continua, para artistas y aficionados.

El compromiso de las instituciones municipales y autonómicas, la necesaria e imprescindible presencia de la Universidad, la voz de los expertos e investigadores, la sabiduría de los artistas que atesoran el conocimiento directo de este Patrimonio Inmateríal transmitido por sus ancestros, dan esperanza al éxito de una posible solución para la malograda Ciudad del flamenco.

No sólo los miembros de esta asociación cultural, la ciudad entera necesitamos y debemos saber cuáles son los objetivos, las claves, los fundamentos del futuro Museo del Flamenco. Qué discurso, que programa cultural se va a contar a través de sus espacios. Qué entidades y expertos van a definirlos, que queremos contar desde Jerez como cuna del Flamenco al mundo. A qué fin va a ir destinada la Nave del Aceite, desde ahora ya me parece que el espacio no se ajusta a lo que la ley de Museos define como tal. ¿Queremos construir de verdad un proyecto serio, potente, válido desde el punto de vista de la puesta en valor del flamenco, el fomento de la creación artística, la consolidación de una industria cultural que se convierta en un motor de desarrollo no sólo de nuestra ciudad sino de todo el territorio flamenco?.

Para hacer válida una de mis máximas que reza que siempre algo malo pasa para construir algo bueno e incluso mejor, quiero creer que esta aviesa declaración de intenciones va a propiciar un debate social y un posicionamiento de las instituciones que tienen el sagrado mandamiento legal de proteger lo que es de todos nosotros nuestro Patrimonio. De lo otro, del juego partidista donde unos arrojan a otros culpas y torpezas en nombre de la salvaguarda del flamenco, de eso no les hablo, porque en su solución no albergo esperanza alguna.

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