Cuando tienes la oportunidad de mirar fijamente a un niño muy pobre a los ojos y percibes esa profundidad que te inunda toda tu alma y hasta tu última célula; cuando lo ves desvestido y lo poco que lleva sobre su tierna piel son unos míseros harapos ajados, sus pies descalzos y a pesar de su corta edad, ya encallecidos; cuando te das cuenta de sus delgadas muñecas, resultado de su evidente malnutrición, y de su pelo sucio y desaliñado, y sabes a ciencia cierta que no sabe siquiera lo que es un peine.

Cuando realizas que ellos no han tenido en la vida teletubbies, colonia nenuco y pañales dodot, y, aun así, ese niño fija su mirada penetrante en tus ojos y lo único que hace es brindarte una sonrisa grande y sincera, descubres en ese mismo instante la verdadera esencia e inocencia de esos pequeños seres humanos.

Niños que sólo quieren que estés con ellos y que les observes cómo cantan, cómo bailan y cómo cuentan chistes. Esos momentos lo son todo para ellos. Esto sucede en la India, pero por desgracia sucede también en tantos otros lugares.

Hay quien piensa que tomar acciones para mejorar la calidad de vida de esos pequeños es echar agua a un cántaro roto, piensan que la pobreza es imposible de erradicar, pero yo me niego a darles la razón. Yo he visto a esos niños, para mí tienen una cara y nombre, y los he visto cantar y bailar, y me llaman 'Didi', que es hermana en su idioma.

Yo no me puedo quedar impasible y seguir mi vida como si no existieran porque existen y están ahí.

Y creo que seguiré el resto de mi vida, aunque suene vehemente, intentado proteger a los que no tienen protección, ayudando a los que están en verdadera necesidad y dando todo mi cariño y mi atención a esos pequeños seres inocentes para seguir viéndolos bailar y cantar durante el resto de mis días.

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