No soy partidario de los nombres propios en la 'crestería'. No me gusta señalar u otorgar tres golpes de incensario a nadie. Ni esta columna nació como una trinchera donde disparar ni como un canto a la adulación barata. Podría decirse que soy un cofrade 'globalizado'. No se sirve esta columna con azucarillos envueltos de no sé qué intereses de celofán. Ahora está muy de moda poner un tuit y quedarse tan pancho. Hubo un tiempo en el que los únicos ciento cuarenta caracteres se sustentaban sobre la barra de una caseta de feria; o ayudando en lo que fuese necesario.

Sin embargo, hoy quiero recordar a aquellos que ya no están con nosotros y que dieron su vida por las cofradías. Esos cofrades que nos ven ahora desde arriba y que en ciertas ocasiones se llevarán las manos a cabeza. Gente como Diego Romero Fabiere. Como José Alfonso Reimóndez 'Lete' o como Diego y su hermano Paco Gorrión. Y también me acuerdo de El Papi, que con su pañuelo blanco parece que lo estoy viendo por la calle Larga mandando un palio. Y de Lorenzo Oliva, y Paco Sacrificio y al bueno de Jesús Ramírez.

Cofrades que, gracias a ellos, su corporación se sostuvo en tiempos difíciles. Maestros de soportar la carga del cargo como Pérez Raposo, como Larraondo, Diego Conde, Sanz Lalana o Ruiz de Velasco en el Mayor Dolor. Cofrades elegantes como Carlos Orellana. Y voces imperecederas como la de Yélamo que narró y versó a la Semana Santa de Jerez y Pepe Antonio González de la Peña o Eduardo Rinconada. Gente que se dejó la piel como Pepe Luna Gener en el Huerto, Ángel Espejo en el Prendimiento o Paco Bazán en las Tres Caídas. Cofrades que estuvieron siempre ahí a lo que necesitase su hermandad como Fermín Bohórquez en los Judíos o Juan Pedro Domecq en la Piedad.

Recuerdo a don Germán Álvarez-Beibeder y su legado musical… A todos ellos, y muchos más, que lucharon por su cofradía, hoy dedico este rincón. Las cofradías no olvidan nunca a los suyos.

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