Solucionen sus diferencias como deseen pero no disparen al pianista". Más o menos ésta era la esencia de ese cartel que colgaba de los 'saloons' del Viejo Oeste. "El pobre hombre lo único que hace es ganarse su jornal haciendo lo que mejor sabe hacer: tocar el piano. Déjele en paz, por favor". En estos tiempos que corren todos nos hemos convertido en pianistas, en víctimas colaterales de cualquier conflicto. Nuestra sangre y nuestro pensamiento tienen un poder inmenso. Y hay quienes están deseosos de verlos rodar a ambos por los suelos. Hay quienes creen todavía en el pensamiento único. Gentes que tan sólo desean una sociedad en la que todos comulguen del mismo cáliz ideológico y padezcan el mismo éxtasis lisérgico. Hay quienes ven la vida de otra forma, pero no les entra en la cabeza ni en las ideas. No hay que ir matando pianistas, ni toreros, ni conservadores, ni progres, ni librepensantes, ni periodistas, ni a nadie que piense diferente. Lo contrario es cortarle las alas a esa libertad que, a muchos, no se les cae de la boca.

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