Análisis

Fátima Ruiz de Lassaletta

Don Sixto de la Calle Jiménez, padre y letrado

Don Sixto de la Calle se ha reunido con su querida esposa Carmen, con Nuestra Señora del Amor y Sacrificio -su devoción más mariana- y con su Hacedor porque, tal vez, al ser Él su guía, fue el camino de todas sus acciones, al menos desde que en el año de 1944 un grupo de jóvenes jerezanos hicieron ejercicios espirituales en los Jesuitas, con el padre Víu, director espiritual de la -en aquellos días recién creada o en creación - congregación de Los Luises y cofradía del Amor y Sacrificio. Y porque las buenas compañías son decisivas en los años mozos, no dejo de citar a aquellos primeros compañeros de espiritualidad: Álvaro y Perico, Enrique Molina, Bohorgueto, Carlitos, Manolo el hermano de otro santo sacerdote, Juan Granados, Elísea y Pepe Carlos.

Felizmente casados el joven matrimonio cristiano de la Calle Vergara, fueron en las siguientes décadas padres de quince hijos, de los que ocho varones y seis chicas, en el correr de los años, le darían numerosos nietos, bisnietos y alegrías y muchas oraciones por parte de su niña Victoria, religiosa de clausura. Para ellos, todo le parecía poco a don Sixto, y les dio casa luminosa en calle Medina -vecina a la de su querida hermana y sobrinos- y viñas hermosas: San Rafael frente a El Majuelo; Myriam de Montegil en este pago y Montecastillo que, otrora, también fue viñedo como sus vecinas Cartuja hasta Peñuela. Siempre elegía cerros cercanos al cielo y los convertía en paraísos familiares. Como continuador de un padre laborioso quien había labrado las mejores tierras de pan sembrar y otras dehesas de la campiña jerezana y su monte bajo: Espartinas y Tabajete o Isla Verde y Spinola. Y amado hijo de una madre de origen manchego, fuerte y piadosa.

Amigo amable y leal de sus amigos, desde los poetas -entre los que se encontraba- y que fundaron la Fiesta de la Vendimia aquel Sábado de Gloria de 1948 en Chapín: Romero Palomo, Pemartín, Bobadilla, el homenajeado Valencia… y entre los académicos de la de San Dionisio, de Ciencias Artes y Letras, de la que fue académico de número-fundador, aquel mismo año y feliz vendimia de 1948, con García Figueras (don Tomás), Rodríguez de Almodóvar, Murcianos y otros intelectuales locales. Gozó también de la amistad, desde los años cincuenta del siglo pasado, de Pemán, de los hermanos Cuevas, de Bonald, de los Eugenios -D'Ors y Montes - de Panero, Del Valle, Tejada y Gilabert y otros hombres de letras, a las que fue tan aficionado con su fina pluma, cuyas cartas, poesías y escritos líricos merecerían el homenaje filial de su recopilación y publicación.

Con bufete de abogacía abierto en el bajo de su casa, como era costumbre en la época tener -también las asesorías del campo- pronto actuó de representación judicial en las bodas de muchos de sus amigos jerezanos citados y por Dios que dio bien fe de ello, pues la mayoría perseveraron en sus singladuras familiares. En los años siguientes fue destacado munícipe y presidente del Xerez Club de Fútbol, al que procuró tantas temporadas de éxitos y ascensos. Sus últimas décadas residió y mantuvo el prestigioso despacho en la urbanización El Bosque, desde donde se trasladaba en su coche grande, conducido personalmente hasta en sus últimos años -a punto de cumplir 100 en julio- a las más de una decena de casas de sus hijos, a sus retiros, a la Academia de San Dionisio, a los toros -de los que era buen aficionado- y a su misa diaria, desde luego.

Descanse en Su Gloria.

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