N o, no teman, que no les voy a amodorrar con cifras, planes de futuro del sector ni nada por el estilo. Se tratará de algo mucho más mundano. Recuerdo aquellas mañanas de invierno en las que mi madre se empeñaba en mandarme al colegio con un cuello de cisne y un verdugillo. El imperio del picor se asentaba cruelmente en mi cabeza, cuello y cara. Insoportable sensación que, medio siglo después, me sigue causando repelús, más aún si les digo que a todo ello se unía la bufanda y el abrigo . Me marchaba forrado al cole con la maleta de la mano y, de vez en cuando, me encontraba con turistas cuando era algo extraño. Y quedaba impactado cuando los veía en pantalones y mangas cortas haciéndole fotos al Palacio Domecq en la alameda Cristina. No lo entendí hasta que décadas después disfruté (es un decir) de un invierno en Centroeuropa. Fue entonces cuando al regresar encontré este frío nuestro, "tan húmedo y tan molesto", una bendición de Dios. Y es que, ya lo dijo Dante, hasta en el infierno (meteorológico en este caso) hay niveles.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios