Análisis

Enrique V. de Mora Quirós

Profesor de Filosofía del Derecho en la UCA

Laudatio de un buen jurista

Llegó hace muchos años a Andalucía, concretamente a Sevilla, procedente de tierras extremeñas, de su Badajoz natal, en el que su padre dejó grato recuerdo de honestidad y bonhomía como funcionario de los Juzgados. Pronto recaló en Jerez, en los primeros cursos de la Carrera de Derecho, que entonces se impartía en la Facultad de Monte Alto, de grato recuerdo para muchos de los que nos formamos allí. Lo conocí cuando yo estaba a punto de entrar en dicha facultad, un verano de ilusiones y esperanzas de un joven al que todavía le quedaba todo por hacer. Desde un primer momento comprendí que estaba en presencia de un hombre extremadamente bueno, siempre con una sonrisa, siempre dispuesto a ayudar a los demás, siempre dispuesto a escucharte un problema o una alegría. Coincidíamos mucho por su casa, entre libros y apuntes. Cuando yo pasaba el ecuador de la carrera, él se estrenaba en el derecho en acción, y tras un breve pero intenso paso por la abogacía, se dedicó en cuerpo y alma a la Filosofía del Derecho de la mano de Francisco Carpintero, un Catedrático al que muchos juristas debemos mucho, un auténtico maestro en todos los sentidos de la vida. Pronto, Don José Justo Megías Quirós, Pepe Justo para todos los que lo queremos (¿hay alguien que no quiera a Pepe Justo?) comenzó a despuntar como gran docente, gran conocedor del derecho y gran analista. Sus publicaciones comenzaron a abrir un extenso abanico de temas, desde la historia del pensamiento jurídico, la historia del pensamiento político, la ética en la publicidad, el género y la dignidad de la mujer… un curriculum en definitiva impresionante, fruto de una intensa actividad de trabajo, de un tesón sin límites, de una voluntad de acero. Y con todo, siempre, el tiempo para los amigos, para sus preocupaciones y sus penas, para tomar unas cervezas o ir al teatro a una buena obra clásica. Humilde y sencillo, Pepe Justo es un jurista con mayúsculas, un agudo y penetrante analista de los jurídico en sus diversas manifestaciones, un hombre dotado de una fina sensibilidad para la justicia. Pero por encima de todo, y como basamento seguro de sus afanes, un hombre de una intensa Fe, de una admirable y rica vida interior. Nunca le he oído un grito, ni descomponerse con nadie, ni nunca he oído a nadie hablar ni siquiera regular de Pepe. Pocas personas han gozado en nuestra Facultad, y en nuestra Universidad, de un cariño y un respeto como al que a él se le profesa. Hace apenas veinticuatro horas, se ha convertido en el nuevo Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Cádiz, en un ejercicio brillante y profundo, que mereció las máximas admiraciones del Tribunal, y la máxima calificación que pudiera obtener. Como le dijo una profesora al felicitarlo: "ya te lo merecías". Indudablemente. Se lo merecía por méritos sobrados, y porque nuestra Universidad está muy necesitada de juristas como él, de personas como él, de hombres buenos como Pepe Justo, mí maestro, mi amigo, mi jefe.

Te lo has ganado Pepe. ¡Bienvenido a su Cátedra, Señor Catedrático!

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