Análisis

Salvador Gutiérrez Galván Periodista y Escritor

La Merced, la otra dimensión

Es posible que usted haya estado en Tierra Santa. Coincidirá conmigo en que se obtiene, entre tantas cosas, otra dimensión de la realidad. El desierto de Judea, el Río Jordán, el Monte Sinaí, Belén, Jerusalén… Aquello que tantas veces ha resonado en nuestros oídos gracias a las Escrituras alcanza ahora otro significado. Porque, en cierto modo, estamos palpando parte de la realidad. Algo parecido le ha podido ocurrir si ha tenido la oportunidad de acudir a Misa en otro país o si ha tomado consciencia de lo que significa el cristianismo a lo largo de los siglos. Curiosamente podemos llegar a la conclusión de que 'aquello' sigue siendo 'ahora'. Ciertamente no estamos tan distantes de pasajes como 'El Hijo Pródigo', 'El Buen Samaritano' y, si me permiten, el propio cautiverio que experimentó María en vida.

En pocos meses se cumplen ochocientos años de la fundación de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced. Aquella que encomendó a un comerciante del Mediterráneo y la Provenza francesa dedicar su vida a la redención de los cautivos. Quizás Pedro Nolasco, en su encuentro personal con María, tuviera claro allá por el mes de agosto de 1218 quiénes eran los más débiles en la fe. Pero, ¿quiénes somos hoy los cautivos?

Mientras reflexionan, permítanme ofrecerles otra dimensión de la realidad mercedaria. Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a Serge Ndayisaba. Era un niño de sólo ocho años acostumbrado a beber agua de las charcas en su Burundi natal. Demasiado joven para contemplar de cerca tantas enfermedades y muertes originadas por la guerra de su país y la de sus vecinos ruandeses. Los misioneros mercedarios le aportaron en su infancia el preciado bien de la libertad, pero en forma de alimento. Porque fueron los misioneros de la Orden de la Merced los que descubrieron que debajo de la tierra que pisaba aquel niño había agua potable. Era cuestión de extraerla con los métodos adecuados. Hoy Serge, a sus cincuenta años, me cuenta orgulloso que se hizo fraile mercedario gracias a su cautiverio. "Jamás pensé - me comentaba - que un hombre blanco pudiera venir a esta tierra devastada para darnos el agua que tanto necesitábamos". Serge se hizo fraile mercedario - me confesó - porque había sido cautivo. Ahora él quería redimir a otros siguiendo el ejemplo de aquellos misioneros.

Y es que cuando hoy salga María de la Merced por las calles de Jerez conviene, como decía el Padre Felipe en esta Novena, rastrear los signos de los tiempos. O como nos narra quien fuera Padre General de la Orden, Fray Emilio Aguirre, será un ejercicio de profunda espiritualidad reconocer a María, como aquella que descubrió en Caná la falta del vino de la libertad. Y así quiero contemplar esta tarde a Nuestra Madre y Patrona por nuestra ciudad. Consciente de que, como Pedro Nolasco, como Serge, como aquellos que cruzaron el Mar Rojo, como los protagonistas de todos los exvotos que hoy engalanan la escalera del camarín, como tantos cautivos de nuestra historia… a todos nos hubiera gustado vivir en otras condiciones. Pero son en estas, nuestras circunstancias actuales, en las que tenemos ahora que seguir a María. Aquella que también fue cautiva, perseguida y desterrada. Ella, que guardaba todas aquellas cosas en su corazón y las meditaba, sigue siendo nuestra principal referencia de comportamiento en los tiempos que nos toca vivir. En medio de la apatía y de la desolación siempre nos queda - decía nuestro comendador- la esperanza de la acogida que nos ofrece la imagen de una Madre con su hijo. Y en medio de la incertidumbre generalizada, el abrazo de María. Porque, nunca podremos negar que, como entonces, cautivos siempre tendremos.

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