L A Navidad es un cúmulo de sentimientos. Desde la niñez recordamos cómo se celebraban estas fiestas mágicas, pero van pasando los años y nos encontramos con el hecho de que el elenco va perdiendo protagonistas. Actúan -lo siguen haciendo- en otro lugar o en otro recuerdo pero esa esencia que sigue prendida a los poros de nuestra piel sigue faltando. Es por ello que anhelo la Navidad de mi infancia, cuando tan sólo debía averiguar (no siempre con éxito) dónde se guardaban los juguetes o sacarle a mi madre, ahora anciana, si el tal o cual plato iba a estar en el menú de la Nochebuena. La Navidad es de los niños. Pues son sus ilusiones las que la mantienen viva, las que le reportan ese grado de magia necesario para que todo parezca que siga igual cuando, ni mucho menos, es así. Cuidemos la Navidad. Seamos capaces de mantenerla en su esencia, que la alegría por la vida nueva nos cope y, a ser posible, que nos haga retener a los que se fueron. Siempre tendrán sus platos puestos. Estarán presentes. Ausentes. Presentes. ¡Inolvidables!