Por cuestiones personales que ahora no vienen al caso, hace unos días me vi en la puerta de la iglesia del convento del Espíritu Santo de la población cordobesa de La Rambla.

Había quedado con Juan Francisco Sierra, hermano mayor de la hermandad del Nazareno de dicha población. La visita a la iglesia, de manos de quien preside tan insigne corporación, fue una lección de maestría y de conocimiento de las raíces de su cofradía y de sus gentes. Por su boca sólo salía respeto a la historia, a sus antepasados y a su corporación. Comenzó por la esquina opuesta al lugar donde estaba Él. Presidía la iglesia bajo una preciosa penumbra y su hechura se recortaba en la silueta perfecta del que carga con la cruz camino del Gólgota. "La Rambla se parece mucho a esa Jerusalén del siglo primero", comentaba Juan. El Señor, cada madrugada del Viernes Santo, sube por un laberinto de calles en pendiente hasta llegar a las afueras del pueblo, que es como un monte calvario, donde bendice al pueblo y su comarca.

Pero el hermano mayor siguió explicando cada rincón de la iglesia, como olvidándose de su presencia. La invasión napoleónica, los tiempos de revuelta proletaria en la época de la república, la quema de conventos en Montalbán y cómo todos aquellos revolucionarios no sólo no entraron en la iglesia del Nazareno, sino que, en signo de respeto y veneración, se descubrieron al paso por la puerta, donde se encontraba atrincherada la junta de gobierno dispuestos sus miembros a dar la vida por el Señor si hiciese falta.

Hay una preciosa Virgen cuya autoría pertenece a Francisco Romero Zafra. También una María Magdalena; y un San Juan que procesiona junto a la Virgen bajo palio. El rastro de Fray Ricardo por aquellas tierras ha dejado buen gusto y un corte nuevo en la cofradía, aunque sin perder las esencias.

Juan me explicó la iglesia, los cuatro mil hermanos que salen cada año cuando el Nazareno toma posesión de La Rambla, el celador -que no es otro que el mismo Nazareno que gobierna la cofradía- y hasta los congresos organizados en aquel lugar tomando como referencia a la imagen del Señor. Casi finalizada la visita, quedaba la joya de la corona. Se veía como de tamaño académico. Majestuoso entre las sombras. Juan Sierra encendió las luces del camarín y pude subir a verlo de cerca. Ahí estaba Él. Encumbrado y portentoso. Mide un metro noventa y tres, con lo que se trata de una hechura grandiosa. Llevando la cruz con un rostro modelado de dulzura. Con la zancada valiente y empujando hasta con los dedos de su pie derecho. Cuando lo vi, comprendí que Él podía con todos los pecados del mundo. Me reconcilió conmigo mismo y con las cofradías. El amor que su hermano mayor ponía a cada palabra que dirigía para explicar cómo esta quintaesencia había llegado hasta La Rambla, la tradición en el pueblo por la imagen del Nazareno, la fuerza que arrastra su hechura, los avatares de la vida y la historia que recorría hasta el último recoveco de su majestuosa talla me emocionaron profundamente. Y salí de allí sabiendo que, a pesar de todo, de las filias y las fobias, la soberbia y los intereses personales, a pesar de todo lo que arrastran las cofradías, uno ve al Nazareno de La Rambla y recarga las pilas. Porque Él todo lo puede. "Pídele a Él cuando necesites ayuda. Siempre está ahí y no falla nunca", me dijo Juan cuando me abrace a él para despedirme, emocionado. Él puede cargar junto a su cruz todos los pecados del mundo por muy mezquinos que estos sean. Está en La Rambla, lo esculpió Juan Mesa en 1621 para la cofradía de Nazareno de dicha población. Y lo hizo con la misma hechura del Señor del Gran Poder de Sevilla. Tallado a cuerpo entero. Es extraordinario. Único. Y además es el gran poder de Dios esculpido en la madera. Todo lo puede. Y si no, pregúntenle a cualquier persona nacida en La Rambla. Es un tesoro escondido para orgullo de este pueblo cordobés que lleva casi cuatro siglos amándolo profundamente.

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