Las formas están para ser cumplidas. Si los jueces, por ejemplo, visitieran en chanclas y pantalón corto la Justicia se vería resentida. Es por ello que visten de negro y llevan puñetas. A nadie le gusta comer en un lugar donde los camareros no van aseados y además pondría el grito en el cielo si la Policía fuera contando chistes por la esquinas en vez de perseguir ladrones. Pues bien, resulta que en los estamentos donde se deciden asuntos muy importantes para todos los españoles se guarda de todo menos las formas. El diputado tonto al que el otro día se refirió en su artículo Manuel Barea, se pasea por allí con una impresora y hasta con unas esposas. Sus formas se basan, precisamente, en no tenerlas. Imagino que algo tendrá que hacer la presidenta del Congreso para que tan lamentables (y payasiles) comportamientos no vuelvan a repetirse. Porque allí, en el Congreso, se nos representa a todos y si sabemos que en Taiwan los políticos solucionan sus diferencias a palos, la imagen que damos en el exterior es que España es un país de payasos.

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