Había quienes estaban absolutamente seguros de que, en sus años dorados, Pep Guardiola no le cambiaba el agua al canario, sino que desaguaba colonia, tal era el grado de misticismo que le acompañaba, además de la racha de resultados de ese club que, obviamente, es más que un club: no en vano es el brazo futbolístico del independentismo más rancio. Guardiola, una criatura a la que no le faltarán billetes para vivir donde quiera si la aventura secesionista prosperase (está claro que habría que poner pies en polvorosa), habla de Estado opresor cuando todos, él también, forma parte de ese Estado que le 'oprime' pero, curiosamente, le permite verter todas las mentiras que se le ocurran libremente. A los que hacen eso en su Cataluña les tiran piedras. (Ayer se firmó allí la primera condena por delito de odio). Quizás Pep 'El Iluminado' diga esas tonterías para justificar una intelectualidad progresista que no resiste aún el hecho de que la millonada ganada no lo fue por ayudar a nadie sino por dar patadas a una puñetera pelota.

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