Uno al que le gusta el verano, el calor, disfrutar del 'dolce fare niente' y hasta los mosquitos que retumban en los oídos cuando se está conciliando el sueño, no puede menos que sentir una especie de angustia interna cuando se pone frente al calendario y comprueba que se marcha otro agosto. Vuelve la zona azul, se caen los carteles de rebajas, se llenan las bibliotecas y hay que echarse una rebequita para tomarse algo por la noche en una terraza. La crema de playa seguirá, eso sí, con restos de arena. Las chanclas caerán en algún rincón del armario o dentro de una triste bolsa. Le dejan espacio a los chaquetones, las bufandas y los paraguas. La moda de verano, como las camisas hawianas o las gafas de sol chillonas, dejan de ser propiamente moda. Ahora hay que volver al turquesa, el color mostaza y los pantalones propiamenente vaqueros. La mitad de los maleteros de coche jerezanos seguirán ocupados por sombrillas hasta noviembre. Son como esos polvorones que te comes en febrero, los rescolditos del estío. Pero bueno, no pasa nada. Ya queda menos para las zambombas.

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