Veintidós años después de aquella idílica propuesta planteada por el Ayuntamiento que entonces dirigía Pedro Pacheco y que, como todo en esta bendita tierra parecía una osadía, el Festival de Jerez sigue siendo uno de los grandes motores de esta ciudad. Para muchos, entre los que me encuentro, ha sido una especie de ventana hacia el mundo del flamenco y la danza española, como insiste cada día mi querida Rosalía; una ventana hacia proyectos que de otra manera nunca me hubieran sido posible visualizar. Periodistas, artistas, productores, técnicos, aficionados...todos se han enriquecido enormemente de este evento que año tras año nos vuelve a formatear y refrescar la mente, ampliando nuestro horizonte sensitivo.

Me encanta este Festival, porque sin él no habría polémica, no habría debate, ni se hablaría de si es flamenco o no, de si sale con un palo o un paquete de patatas, si lo baila todo igual, si se pone una bata de cola, si bracea más o menos, si la danza y el folcklore necesitan más espacio... No habría ratos con esa familia profesional de la que disfruto durante estos 16 días (aunque me harte de esa rica ensaladilla de Bar Juanito), ni charlas nocturnas en la redacción con Miguel Ángel González sobre las sensaciones que nos dejó el último espectáculo, ni escucharía a diario a ese mManuel Curao en el rincón de San Ginés ni a mi amiga Susanne analizando la última crónica.

Sinceramente, no entendería a Jerez hoy en día sin su Festival, y eso que la ciudadanía, siempre le ha vuelto la espalda. Sólo en contadas ocasiones y en propuestas concretas acuden a los espacios para poder disfrutar de una programación que esconde cada año alguna maravilla. Ellos se lo pierden. Ahora sí, para criticar y hablar sin haber visto nada somos los mejores. Todavía recuerdo que Manuel Agujetas, en su último recital en Villamarta, no llenó ni el patio de butacas. O sea que menos hablar...

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios