La conozco de cuando ella trabajaba en Simago. En la sección de droguería. Entonces no iba de bruja, pero ya tenía el don de leer el futuro, porque lo mismo te lo leía en los posos de los cafés que se dejaba la gente en la terraza de La Perla que lo leía en un papelón de churros. A ver, que creo que era ella, que tampoco soy yo muy bueno para las caras. Además, con estas personas que tienen poderes paranormales y tratos con el más allá no se puede poner la mano en el fuego. Y menos con Aramís, que ella es muy de reencarnarse y a lo mejor en esa época era conductor de autobús, o iba en la compañía de Manolita Chen y es de eso de lo que me quiere a mí sonar.

La cosa es que me la encontré ayer por casualidad, junto a la célebre caseta de Cuarto Milenio. Antes de que yo dijera ni mu ya me había cogido la mano, me había adivinado que voy a mejorar en el trabajo (como si eso en España fuera difícil), me había advertido de que tuviera cuidado con las alergias, que este año vienen muy malas, y para completar, va y me dice que hay una rubia por la Feria que está loquita por mí (lo cual tampoco es mucho decir, ya que en ese momento en la Feria podía haber del orden de siete u ocho mil rubias, incluyendo a la propia Aramís, aunque lo suyo creo que era una peluca.)

Fue entonces cuando me preguntó si sabía de alguna caseta donde vendieran Marlboro. Y yo, que soy de la escuela escéptica de la parte de Icovesa, aproveché para desenmascararla:

-O sea, que puedes leerme la mano, o adivinar si la reina de Inglaterra se va a quedar embarazada pronto, ¿y no sabes dónde venden tabaco?

Pero me quedé con la palabra en la boca, porque vino una racha de viento tan gorda que, cuando pasó la polvareda, de la Fuster no quedaba ni el turbante.

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