Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Análisis

david fernández mejías Director de Diario de Cádiz

Esos locos cabales

Jerez siempre estará en deuda con él. Juan de la Plata, junto a unos pocos locos cabales de ley, empezando por Manuel Ríos Ruiz, dignificó el arte jondo al frente de la Cátedra de Flamencología, creó los Premios Nacionales y parió La Bulería, la fiesta de las fiestas flamencas. La cita siempre resultaba muy especial. Jerez presumía de su cartel en su origen luciendo sus mejores galas. Aquellas noches eternas se dirigía con su piel morena a la plaza de toros bien perfumada y con flores frescas en el pelo. El mejor ambiente le servía de gancho durante décadas, antes de perder el rumbo y la imaginación, para atraer al mejor elenco de artistas del panorama flamenco hasta el coso de la calle Circo.

Juan fue lo que se dice un pionero, que sacó al cante de los cuartos y las ventas para elevarlo a lo más alto con determinación y buenas dosis de ingenio. Superó muchos obstáculos, cuando el flamenco se consideraba un arte menor y las autoridades lo ninguneaban, hasta abrir las puertas por las que muchos otros han seguido sus pasos. Le encantaba escribir y la investigación era otra de sus muchas pasiones, lo que se tradujo en infinidad de títulos para disfrute de los cada vez más numerosos aficionados al arte jondo. Sus crónicas solían ser salomónicas y siempre destacaba el baile por encima de los impresionantes cantaores para no herir sensibilidades. Juan era el alma mater de La Bulería y se encargaba de todo: organizaba la fiesta, contrataba a los artistas y si había que hacer una semblanza porque se había ido un genio como Caracol, ahí estaban su pluma y su generosidad. También escribía las críticas para Diario de Jerez. Todo debía guardar un perfecto y complicado equilibrio.

Por aquél entonces, en el origen de la fiesta, el flamenco era un arte arrinconado que sólo defendían sus incondicionales, aunque poco a poco se abrió paso entre las artes escénicas. El público acudía a la plaza de toros a escuchar un cante de muchos quilates, no a compartir un botellón. Y hoy la fiesta se ha trasladado a las gradas, a la dictadura de la percusión, al trago largo con cola antes que al disfrute de la pelea con el cante. Al postureo por encima de la afición. La Bulería por derecho sonaba a Jerez a punto de reventar las costuras de la plaza de toros cantándole a la luna. Su eco recuerda a los lamentos de Terremoto y a un huracán, más conocido como La Paquera de Jerez. Y al Sordera y al Pica y al Torta y a Curro de la Morena y a José Vargas y a tantos otros que con su flamenquería colocaban un clavo ardiendo sobre las sillas del respetable. Siempre bajo la batuta de unas palmas de ensueño, despacito y con mucho paladar.

El espíritu de los mejores intérpretes aún flota hoy en el ambiente gracias a las voces de oro de las nuevas generaciones, que garantizan el porvenir. Aquella Bulería, antes de navegar sin rumbo, sabía a tierra y a sal y a los aromas de la Plazuela y Santiago, para dar la bienvenida a los artistas de fuera. La fiesta del cante más genuino cumplió durante décadas su cometido con creces. La fórmula parecía sencilla. Los mejores artistas eran invitados a participar y el público respondía en taquilla hasta ocupar los tendidos que rodeaban el escenario. El cartel tenía tanto caché que el aficionado, bien pertrechado con sus neveras repletas de vino fino y buenas viandas, no se resistía a participar con sus palmas. A las guitarras de Moraíto y Parrilla no les hacía falta aparecer en el cartel para marcar la pauta sobre el albero al ritmo del tic-tac de su corazón. Sobre falsetas imposibles, la Bulería ha logrado ensanchar el cante desde la calle Nueva hasta Cerrofuerte pasando por La Asunción hasta llegar al infinito. Lo mismo corta y garbosa que punzante y valiente como una seguiriya. Ya nadie se atreve a hablar de cante chico. Bien dicha, la bulería, lo mismo la de Santiago que la de San Miguel, dos armonías para un mismo sentir, corta la respiración con la misma facilidad que se chotea del más pintao. La fiesta ha de continuar. Y siempre que existan soñadores como Juan, así será.

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