Se lo leí al compañero Pedro Ingelmo en sus magníficas crónicas sobre el juicio al parricida de Ubrique. Los forenses venían a decir que el acusado no era un 'natural born killer', ni siquiera un enfermo, tan sólo era "una mala persona". La maldad anida en el ser humano como el mismísimo aire nos llena los pulmones. Afortunadamente la bondad también suele campar a sus anchas, aunque se la vea menos. La maldad queda a la vista en contadas ocasiones pero cuando lo hace deja un cerco que rasga el alma. Dicen quienes saben de cine -no estoy entre ellos- que el verdadero terror, el miedo, no está en los hechos sino en los motivos. Aseguran igualmente que para acongojarte el alma no hacen falta charcos de sangre, ni esparcimiento de vísceras... La mente es la más poderosa de las armas de destrucción masiva. El terror se asienta en lo más hondo del ser humano. Dicen que es por ello por lo que nos embelesamos ante el calor y la luz de una fogata. Nos recuerda que un día, ese fulgor, espantaba a las bestias.

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