Nos tiramos el año enjaulados en un ambiente urbano. Asfalto, humo y aceras conforman nuestra vida hasta que se nos concede el paréntesis vacacional. Es entonces cuando, tras tenerla abandonada, echada a un lado, nos acordamos de la naturaleza y nos arrojamos en sus brazos. Y lo hacemos de forma ansiosa, alocada, como si hubiéramos caído víctimas de un amor adolescente. La naturaleza, a fin de cuentas, es como una 'femme fatale', una mujer hermosa pero peligrosa que está dispuesta a hacérnoslo pagar muy caro en cuanto no seamos serios, conscientes y respetuosos con ella. La naturaleza nos envuelve, nos agrada, nos refresca en el remanso de un río o nos calma con el leve bamboleo de una barca mecida por la brisa. De todo ello a que el arroyo se convierta en una avalancha de barro y ramas, que esa colilla mal apagada te acabe asando vivo o que la barca acabe en alta mar sin tierra a la vista tan sólo hay un paso, un instante. La naturaleza, esta salvaje mujer, quiere que en todo momento estén pendiente de ella. Háganle caso. Por favor.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios