¡cuánto quiero a mi Cristo!"… "¡Qué bonita va mi Virgen!"…"¡Yo soy de (tal hermandad), ¿no lo sabías?"…y así, sucesivamente todas las benditas cuaresmas, todas las Semanas Santas, todos los años las mismas afirmaciones roneando de cofradía.

Que sí, que ya sabemos que no todo el mundo puede frecuentar como quisiera, no digo las casas de hermandad, sino los respectivos templos donde encontramos a nuestros Sagrados Titulares. Es cierto que hay circunstancias, como el hecho de estar impedidos o el haber sufrido un cambio geográfico, que se convierten en auténticas trabas más que justificadas para postrarnos a las plantas de nuestros Cristos o nuestras Vírgenes.

Pero desgraciadamente, la gran mayoría de los que sólo acuden a su hermandad en estos días atraídos por la estela de los inciensos o por los sones de las marchas que acompañan a las parihuelas de ensayo, suelen ser quienes no se acercan durante el resto del año para visitar a sus benditos titulares.

Por supuesto que nos encanta reencontrarnos con ese hermano que sólo vemos de año en año, ya que una cosa no quita la otra, y nos complace también tomarnos con él una copa en la casa de hermandad cuando acabamos de hacernos con la papeleta de sitio. Pero es cierto que igual que sacamos parte de nuestro tiempo para ir a un centro comercial que se encuentra en la misma salida de la ciudad, también podemos acercarnos, aunque sea de vez en cuando a nuestras Iglesias para tener un momento de silencio y de oración ante Ellos.

No podemos quedarnos tan sólo con lo que vivimos en estos días, que es algo verdaderamente hermoso y que nos cala en lo más hondo de nuestra alma, pero tenemos que ser conscientes que la Madre y su Hijo nos esperan siempre, en cualquier momento del año, ya sea mayo, agosto o noviembre, en el silencio de sus capillas. Así también descubrimos otra forma de sentir, más profunda, más intensa y más auténtica, lo que nos ayudará a, cuando lleguen estas preciosas jornadas cuaresmales, disfrutar de una manera diferente y sentirnos más privilegiados por ser cofrades, con nuestras luces y nuestras sombras, pero con un regusto de lo que vivimos cualquier día del calendario llevados por un Padre Nuestro o un Avemaría, mientras nos embelesamos con lo guapa que está la Virgen con su manto de camarín.

Así, no sólo nos conformaremos con contemplarlos en la estampa que llevamos en nuestra cartera o cuando estén en función de besamanos o besapiés.

Por eso, no lo duden hermanos, no sólo nos esperan en Semana Santa, nos seguirán esperando por siempre entre el silencio del templo cualquier día del año.

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