Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

A YER venía por la calle Paralejo con un par de bolsas tras hacer unas compras. Iba dándole vueltas a la cabeza sobre el asunto de la Crestería que tenía que escribir para hoy. Tenía claro que un tema interesante era el de las camareras, reunidas hace unos días en la hermandad de las Viñas para compartir la alegría de servir al Señor y a María desde el casi anonimato del ropero, donde los mantos huelen a naftalina y los puños de las camisas del Señor están más limpios que los chorros del oro.

Tres metros más adelante, a la espalda del hogar que las Hijas de la Caridad, me encontré con el Señor. No era una procesión. Ni había canasto alguno en el que sustentara la salvación del mundo clavado en una cruz. Pero era el Señor.

Una chica llevaba en un carrito a una mujer con la tez blanca como la nácar. Tras ella, tres benditas criaturas, con sus 'rebequitas' puestas y sus cabellos plateados perfectamente peinados por unas manos cargadas de amor. Iban a tomar el sol. La mañana era para enmarcarla. La chica iba pendiente del carrito con la señora que apenas levantaba la mirada mientras que con la mano asía del brazo a una de las tres mujeres que iban venciendo los desniveles del adoquinado de la calle. "Ten cuidado, Carmen, no vayas a caerte", le decía a una de ellas.

Forman parte de ese conjunto de personas olvidadas por nuestra sociedad. Esos corazones a los que la vida no les ha permitido desarrollarse. Personas que gracias a la labor de las hermanas de la Caridad tienen un plato de comida digno cada día. Una cama donde dormir y una mano que cada mañana les arregla los cabellos con la misma finura que podría poner la mejor peluquera de la ciudad.

Ellas eran el Señor. Inmediatamente me di cuenta. Y no iban subidas sobre un paso. Lo dijo Él en distintas ocasiones al identificarse con los más pobres, los más necesitados, aquellos que son muchas veces desechos sociales donde podemos encontrar al Maestro. Benditas todas aquellas personas que cuidan de Él con ese mimo insustituible.

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