Habrá que prohibir las escuelas. Según la información que circula por ahí, existen colegios donde se adoctrina a los alumnos, y eso, por la cara que ponen los que lo denuncian, tiene que ser muy grave. Pero entonces, ¿a qué demonios van los críos a la escuela todos los días si no es a que les enseñen unas cuantas cosas? Recordarle al Jonathan que no debe clavarle el lápiz en el ojo al Kevin, o que sonarse los mocos en la manga del babi es de cochinos, pero que sonárselos en la manga del babi de tu compañera de pupitre ya es un abuso en toda regla, son saberes imposibles de transmitir sin incurrir en cierto adoctrinamiento.

Además, a la hora de enseñar no hay escapatoria posible, ya que leerles en clase La Cenicienta puede ser una forma de adoctrinamiento, pero es que negarse a leerla por estar plagada la historia de moralina, de madrastras malvadas y de príncipes que ni siquiera juraron la Constitución, no deja de ser una manera de adoctrinar como otra cualquiera.

Para adoctrinar no hace falta colocar una foto de José Antonio junto a la pizarra ni poner a las alumnas a bordar una hoz y un martillo en la bandera mientras sus compañeros aprenden a montar barricadas en la zona de los columpios. Para adoctrinar a base de bien no hay ni que sacar el catecismo. Es suficiente recomendar a los críos que coman fruta, que no fumen porros o que no vayan por ahí metiendo fuego a los montes de Galicia.

Por eso no entiendo el revuelo que se está organizando porque en Cataluña lleven años adoctrinando en las escuelas. ¿Acaso no se adoctrina en Cuenca? Cuestión aparte sería analizar qué basura de enseñanza se estará administrando allí para que, en un porcentaje tan escandaloso de la población, se nos mire a los habitantes del resto de España como a unos fascistas redomados que, cuando no estamos haciendo cola para poner flores en la tumba de Franco, es porque estamos rezando para que los Reyes Católicos vuelvan a traer la paz a esta tierra corrompida por los demócratas.

Sin saber lo que cuentan sus libros de texto, me atrevo a asegurar que ya tienen que estar escritos por gente retorcida para que tantos catalanes, después de leerlos, acaben pensando que son víctimas de una brutal represión , para que hablen de presos políticos -como si esto fuera Yemen- y terminen creyéndose una serie de patrañas que ellos mismos inventaron y que hacen pensar en aquellos chalados que se beben su propia orina.

Al pueblo catalán siempre se le tuvo por avanzado y progresista. Sin embargo, gracias a la imagen ofrecida por los representantes del nacionalismo recalcitrante, hemos descubierto que las fachadas de Gaudí tapaban una realidad social bastante casposa.

Con todo, no creo que haya que alarmarse. Igual que de los colegios de curas salieron siempre los mayores ateos, de estos colegios catalanes seguirán saliendo chavales que no se tragarán lo primero que les cuenten sus queridos gobernantes. Muchos tampoco nos lo tragamos y ni siquiera nos va del todo mal.

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