COMO bien se sostenía ayer en este periódico, una vez más Andalucía encabeza la clasificación que no debe. En este caso, la del número de desempleados que aporta cada región al cómputo global del país. Según los datos ofrecidos el viernes por el Instituto Nacional de Estadística, nuestra comunidad autónoma tiene ya una tasa de paro del 13,99 por ciento de la población activa y sumó el año pasado 85.500 nuevos demandantes de trabajo, que suponen dos tercios del total de nuevos desempleados inscritos en España en 2007. Andalucía sigue, por tanto, demasiado por encima de la media nacional de parados, situada en el 8,6 por ciento, y supera otra vez la franja del medio millón de desempleados. Cádiz y Huelva son las dos provincias con mayores tasas de desempleo, pero el panorama no es nada alentador en el resto de la geografía andaluza, donde, salvo Almería, también ha crecido el paro. Los motivos de este incremento no serán una sorpresa para nadie en una economía tan globalizada como la nuestra: la desaceleración de la actividad económica y el freno brusco en el sector de la construcción. Ya habrá tiempo de seguir abundando sobre los efectos para Andalucía de un reajuste económico que, presumiblemente, se mantendrá en 2008, pero como primera reflexión debemos insistir en la necesidad de que nuestras administraciones ayuden al sector empresarial en el fomento de un mercado andaluz cada vez menos pendiente de las subvenciones y más orientado a las actividades productivas ligadas a la competitividad y al valor añadido de la innovación. Una y otra vez se nos anuncian supuestas modernizaciones de una región que camina pujante en pos de esa Andalucía al máximo que tanto se pregona. Pero esa idílica visión se rompe cuando se esperan ocho horas en las Urgencias de un gran hospital andaluz, se analiza el fracaso de nuestro sistema educativo en el informe PISA o, como ahora, una vez más abanderamos una clasificación que nadie quiere liderar: la del desempleo de nuestros conciudadanos.