En Tres anuncios en las afueras un tipo saca, de golpe, una pistola en un establo. En la película ha habido violaciones, palizas, racismo, violencia familiar, etc., pero mi suegra, que había estado viéndola en un perfecto silencio, exclamó: "¡Ay, no, que no mate a los caballos!"

Esta solidaridad con los animales no es una originalidad de mi suegra. Su nieta, sí, sí, mi hija, sangre de mi sangre, el otro día, cuando yo les explicaba que los españoles, desde Isabel la Católica, ampararon como ningún otro país europeo a los indios de América, exclamó: "Claro, porque los indios son muy necesarios para los caballos". Quedé perplejo. Hasta que recordé que también les expliqué hace tiempo que los caballos del Oeste eran caballos españoles que se perdían y que los indios recogían y adoptaban.

Por todas partes anida el animalismo sentimental. Del cartel que denuncia las conductas machistas de los hombres comparándolos con buitres, cerdos y pulpos se ha criticado la ofensa gratuita a los animales. No quiero cargar con la responsabilidad a mi suegra y a los ecologistas de estricta observancia. Yo siento un cariño ante los animales que a menudo está más a flor de piel que el del prójimo.

Suele explicarse como una consecuencia de Walt Disney y su antropomorfismo ternurista. Sin embargo, la cosa viene de antiguo. Jesús (Lc 14, 5) pregunta a los fariseos, cuando se enfadan porque cure a un leproso en sábado, si no sacarían de un pozo a su burro o a su buey, aunque cayese en sábado. Se ha entendido que lo que mueve a los fariseos es el patrimonio, pero Jesús no da puntada sin hilo. Escoge el burro y el buey para dar un baño de ternura (en el pozo) a la reprimenda. Les sonreiría mientras les afeaba la falta de la compasión con el ser humano, porque comprendía la piedad con los animales. Y no hace falta irse tan lejos: la relación de los hombres con sus mascotas merece un capítulo aparte en la historia de la intimidad y los sentimientos.

Sale natural. Los animales no son nuestros rivales cotidianos; dependen de nosotros y, en el subconsciente, sabemos que los hombres tenemos el comodín de la vida eterna y somos, además, capaces de dar un sentido al sufrimiento. Los animales están inermes. Pero hay que seguir el ejemplo de Jesús y acoger esa compasión, que, dentro de un orden, es buena, y convertirla en el trampolín para una compasión humana, más exigente, más fraterna, más alta.

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