Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Antídoto contra los antitodo

A nadie extraña que haya gente cabreada desde hace tiempo con la clase política por los numerosos abusos y casos de corrupción que arrastramos en este país. Que surjan nuevas iniciativas desde la ciudadanía y que se cuestionen determinadas formas de gestionar los dineros públicos es algo necesario y hasta saludable. Son las sociedades críticas y autocríticas, y no las adormecidas y estáticas, las que crecen a lo largo de la Historia. Lo que ocurre es que en nuestro país, con tendencia desde hace siglos al cainismo, todo se acaba llevando al extremo, también históricamente, por desgracia. Vivimos en una sociedad pendular en la que hay quien trata de solucionar los problemas a base de medidas radicales y una cirugía que apuesta por la amputación sistemática en lugar de salvar al enfermo con métodos menos traumáticos e irreversibles.

La alusión al lenguaje propio de la Medicina viene a cuento de todo esto porque lo último que hemos tenido que ver en este estado de psicosis por oponerse a todo, a todo, es el rechazo de algunos colectivos a la donación de más de trescientos millones de euros por parte del empresario Amancio Ortega, destinados a la adquisición de equipos para la lucha contra el cáncer. Los argumentos dados por quienes justifican ese rechazo (que la sanidad pública no debe aceptar donaciones, que el señor Ortega gana mucho dinero y algo estará buscando...) no hacen sino abundar en una peligrosa deriva mental que desafía al sentido común. Y ojalá jamás, de corazón, jamás, ninguna de las personas que rechazan esta donación sufran en sus carnes o las de los suyos la falta de medios en la sanidad pública. Por cierto, que flaco favor le están haciendo a ésta quienes así se pronuncian. Vaya defensores.

Porque en ese mundo paralelo en el que habitan quienes tratan de salvarnos (y dirigirnos) al resto de la humanidad sólo valen sus principios aunque en ocasiones estén plagados de incongruencias. Como por ejemplo criticar que se le conceda la medalla de una ciudad a la imagen de una Virgen salvo cuando lo haga uno de los suyos, con patente de corso hasta que convenga. O que haya dictaduras buenas, las que les ayudan, y malas, como si hubiera diferencias. Es esa parte de la sociedad llena de prejuicios que dicta qué está bien y qué está mal, quién tiene derecho a una calle o una distinción aunque la Historia en muchos casos deje en evidencia su supina ignorancia. Entre sus competencias como jueces supremos de la verdad y de las buenas maneras también entra la estética, desde decidir cómo tienen que vestir las azafatas a cómo tiene que ser el cartel de una feria del libro, como le ha sucedido esta semana al fotógrafo jerezano Francisco Javier Domínguez, blanco de las iras de los nuevos censores que disfrazan sus ideas de una falsa defensa de la dignidad de la mujer. Cuántas estatuas clásicas, al modo de los talibanes, destruirían estos paladines de la nueva moral, si les dejaran. Habría que pensar en destinar una parte del dinero donado por el 'peligroso empresario' antes citado a la investigación de una vacuna, o antídoto, que nos libre del peligro del odio generalizado que representan hoy los antitodo.

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