HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Ateos visibles

NO sé a ciencia cierta para qué los ateos quieren hacerse visibles. Parecerán beatos al revés. Si la beatería iba de piedad en piedad, escrupulosa y pusilánime y con un cierto tono untuoso en el habla y en el comportamiento que la hacía repelente, los ateos tendrán que hacer algo parecido pero en sentido contrario. Tendrán que hacer una irreligión o una contrarreligión con todos los ingredientes necesarios: liturgia, escrituras, profetas, misterios y milagros. Serán como unos magos antiguos que hacían prodigios para convencer a los demás de sus poderes. Con ir por la vida de ateos a secas no van a tener mucho éxito. En la URSS, para contrarrestar la fe en los misterios religiosos, se favorecía la parapsicología, el espiritismo, las visiones de ovnis, la autocombustión, la telepatía y toda clase de charlatanerías que los jóvenes oíamos embobados: el profeta Elías, por ejemplo, fue abducido por una nave extraterrestre.

Los charlatanes han existido siempre, sobre todo cuando la fe flaquea y la gente se siente desamparada. Plutarco llama así a los que se dedicaban a expedir recetar mágicas o a vender oráculos. Dexicreonte, adivino y taumaturgo griego, se hizo famoso en el siglo VII antes de Cristo por haber liberado con ritos purificatorios a las mujeres de Samos, dominadas por la lujuria y la insolencia. Los ateos en España tendrán que inventar algo para no dejar en la desesperanza frente al dolor y la muerte a la gente de fe sencilla. Dicen que declararse ateo en España es tabú. En el ambiente que conozco no es así, nadie se mete con las creencias o no creencias de nadie. En otros ambientes puede molestar, por ejemplo entre los agricultores, que se han declarado el 100% creyentes. No albergo prejuicio alguno hacia los ateos, si acaso el que el ateísmo sea una forma de soberbia. No soy creyente en sentido estricto y las dudas me corroen, pero no soy ateo.

Es muy difícil serlo en el Año Internacional de la Astronomía, cuando los científicos en los congresos de cosmología parecen hablar de filosofía escolástica a la hora de explicar ciertos misterios de los orígenes. Era más sencillo ser ateo cuando se oía la música de las esferas y el sol, la luna y las estrellas eran unas luminarias útiles o de adorno que no debían estar demasiado lejos. Ahora es imposible no sobrecogerse con los últimos descubrimientos, y no por ello hay que refugiarse en la divinidad; pero sí en el misterio, en la grandiosidad incomprensible de lo que sabemos y que hace inmensa nuestra ignorancia. Es complicado ser ateo o creyente. Miramos en nuestro interior, alrededor de nosotros, al cielo de la noche. Miramos los libros donde vienen galaxias y nebulosas tan lejanas que no sabemos ni dónde están ni adónde van, y las miramos fascinados sin comprender demasiado, absortos en la belleza de las fotografías y en la violencia de la materia. ¿Qué podemos hacer sino esperar?

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