No seré yo quien le amargue la fiesta cambiando el compás al mal fario de la petenera, pero se echa en falta en estas valoraciones un poco de humildad y autocrítica, que nadie es perfecto ni nace sabiendo. Al echar la vista atrás, la alcaldesa no sale del tono monocorde en el que no para de tirarse flores, acaparando el ramo para más señas. Tantos parabienes perfumados obnubilan y marean al más pintado hasta que la realidad sobreviene, al pronto, con sus espinas de rosas dejando marcas en la piel. En éstas, el vergel desaparece junto a la lámpara de Aladino y la alfombra voladora.

A pie de calle, en todo balance figura las asignaturas pendientes y las promesas incumplidas, lunares que Pilar Sánchez no detalla en su año triunfal a la hora de rendir cuentas. Sin este contrapeso, otorga a sus palabras y a la parafernalia de sus actos un valor del que carece en la báscula de las medidas reales. Henchida de gestión, la alcaldesa ha tomado tanto aire que sobrevuela Jerez en su globo de autoestima. La mesura no es sólo una piedra filosofal, sino el lastre necesario para bajar de las alturas y mirar cara a cara.

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