EL ORO Y EL MORO

Antonio / Heredia

Bandeja

En un bar se aprende mucho, a falta de otras escuelas. Entre las virtudes del vino, se aprecia la de ablandar las venas y soltar la lengua hasta provocar la tertulia repentina entre los circunstantes. Estos dimes y diretes resultan provechosos, de suerte que los empleados del gremio no pierden puntada mientras se afanan en tareas propias. Sin embargo, en este tabanco de ciencia nadie ha descifrado el misterio por el que una muchedumbre deja un porcentaje en tu negocio por mal que se dé el día, según el Ayuntamiento y sus observatorios. En el Gran Premio de Motociclismo no era marea humana, sino marabunta clientelar la que pasó de largo. Ni los olores de fritanga frenaron sus ansias de carretera. Antes, en Semana Santa, se conocieron desajustes en los ingresos hosteleros y no sé si influyeron los palcos, la cartera con pirañas de los fieles o simplemente la lluvia. A la vuelta de la esquina, la Feria se contará según vaya. A ser posible, en muchos millones desparramados y otras lindezas, dichos al tuntún o al detalle.

Las cuentas, incluso las de la vieja, se rinden con ciertas pautas. Ahora bien, en lo tocante a fiestas y romerías, valga eso de "a quien Dios se la dé". En la estadística el reparto de la riqueza te atribuye un pellizco, pero en la bandeja ni rastro de esta millonada. Dos cañas y una de calamares. La economía sigue siendo un tapeo caprichoso para clientes con guasa, mientras al camarero se lo comen las moscas.

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