Justificada a más no poder la hemorragia de satisfacción que se ha producido en todo el territorio español por la catástrofe romana del Barça. Los polvos del independentismo han traído estos lodos de alegría por el mal ajeno. El espectáculo de cada partido en un Camp Nou teñido de amarillo tuvo la propina del comportamiento de muchos barcelonistas desplazados a la Ciudad Eterna, ampliamente difundido por las televisiones.

En vez de banderas del Barça, esteladas y ridículos lacitos amarillos. Junto a esos símbolos separatistas, los eslóganes difamatorios a España llenaron las plazas romanas ante la estupefacción de una ciudadanía que no comprendía cómo un partido de fútbol se prostituía tan claramente. No tenía sentido nada de lo que allí ocurría, pero la realidad era que el partido ya empezaba desvirtuado y todo fue como un presagio de lo que luego ocurriría en el Olímpico.

Toda esa parafernalia secesionista se le ha vuelto en contra al Barça de forma dolorosa, empezando por lo que incomoda a futbolistas que ven el suceso separatista con desapego. Messi incluyó una cláusula antisecesionista en su nuevo contrato, Iniesta mira hacia otro lado y Suárez tampoco es un entusiasta de la cosa. Y es una pena que un equipo capaz de enamorar al mundo con su fútbol se esté creando alrededor una corriente de desapego generalizado que ha estallado en Roma.

Y si la derrota romana ha llenado de contento a una inmensa mayoría de personas de las que un buen número fueron probarcelonistas, el colmo ya ha sido el batacazo de Guardiola. Con su ridículo lacito amarillo y sus torticeras opiniones de la situación se ha creado tal animadversión que la derrota ante su verdugo habitual, Jürgen Klopp, ha sido la guinda que ha coronado el pastel de satisfacción que ha supuesto la caída del Barça. Y es que hay polvos que traen unos lodos...