Bulla de diciembre

El personal no está por la labor de quedarse en casa junto a la estufa leyendo a Dickens; quiere bares

Es comentario común estos días de resaca de puente que en el reciente de la Inmaculada el centro de la ciudad estaba tan atestado que resultaba imposible la circulación, hasta el punto de bloqueo del tranvía. Masas de gente en aluvión por la Avenida, por Tetuán, hasta la misma calle Laraña. Aficionados como somos a sacralizar nuestras cosas (aquí, ya se sabe, dos años son costumbre, y cuatro tradición…), la bulla es otra seña más de identidad, importada, como tantas, de la Semana Santa. ¿Alguien duda todavía de cuál es la fiesta grande de la ciudad? Algún amigo me contó que para sortear el gentío tuvo que coger un pasadizo, como un avezado capillita sin insignia ni chaquetita azul.

Es este un fenómeno curioso que empieza a provocar los primeros comentarios, positivos (el comercio, los ingresos…) pero también negativos (las molestias, el impacto relativo en la economía, las dificultades de movilidad…). Pero, ¿cuál es su causa? Me atrevo a dar dos, una urbanística y otra sociológica. Casi no nos damos cuenta, pero la peatonalización progresiva del casco antiguo llevada a cabo sobre todo bajo el mandato del discutido alcalde Monteiseirín ha transformado los usos de sus ciudadanos. La conversión de los ejes de Puerta Jerez-Avenida y Encarnación-Campana en espacios abiertos con un destino fundamentalmente comercial ha quitado a muchos las ganas de venir al Centro, cierto, pero también ha fomentado la presencia del paseante, un tipo de ciudadano no necesariamente comprador pero que gusta de disfrutar de un centro urbano cada vez más tematizado.

La segunda causa es sociológica: igual que hay una Sevilla en fiestas, hay otra de Navidad, o mejor cabría decir de adviento, aunque se molesten los detractores de todo aquello que tenga un fondo religioso. Con su alumbrado navideño (con mejor o peor gusto, que eso es secundario), sus conciertos de calle, sus itinerarios temáticos, sus exposiciones, sus belenes… Este año, además, con el aniversario de Murillo por bandera, inmejorable reclamo que el Ayuntamiento, justo es decirlo, se ha esforzado en aprovechar. El personal no está por la labor de quedarse en casa junto a la estufa leyendo a Dickens, o a Wilde, a lo que se ve, y quiere movimiento, quiere tiendas, quiere bares. Quiere, en definitiva, calle. Y no hace falta la Lonely Planet para decirle al mundo que en eso, ahí sí, no nos supera absolutamente nadie.

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