Barcelona está espléndida esta mañana de junio. Discreta, sin llegar a la frontera del susurro que delimita la Diagonal a partir de Francesc Macià. Ahí el aire se hace más claro y elegante, los sonidos se atenúan. Hacia la montaña, el pijoaparte Pedralbes impone su sello de identidad en forma de silencio. Diagonal arriba, lo esencialmente aristocrático, en su forma disimulada de ser integrado por la vulgaridad, se va degradando. Al sur de la Diagonal el ruido se apodera del entorno y se normaliza, salpicado de contrastes que no hacen referencia al color, sino al sonido y las quejas de las hojas de los árboles en movimiento.

Barcelona vive la primavera de su edad contemporánea, tras su renacimiento en 1992. Antes, la ciudad se escondía de sí misma; tanto, que quiso esconder el mar, hasta que desistió de semejante contrasentido. Observo la impresionante vista desde la terraza de una escuela de negocios súper súper level, oye.

La clase media aún no puede comprar en Sothebys y ha decidido inundar las paredes de títulos avalados por el glamour, sin haber pegado un palo al agua, tratando de imitar a quienes empapelan de arte las paredes, porque colgar dinero sería una vulgaridad. El dólar Colowall aún no se ha inventado.

Barcelona se exhibe inconsciente de su elegancia. Los turistas invaden las calles al sur de la Diagonal, como los apaches el sur del Río Grande.

Todo el caudal del nacionalismo catalán desemboca y se pierde en esta ciudad de aluvión. Ya no tengo duda de que el tema va de payeses. La mitad más uno.

Así no podemos ir a ningún lado. La elegancia siempre tuvo formas chic en las antípodas de las barricadas y la burguesía es tan cobarde con el dinero como con los tumultos. La élite extractiva catalana lo sabe tan bien como la española. Ambas llevan retroalimentándose mucho tiempo. El concurso de las urnas ha quedado desierto.

La jornada electoral quedará como el Sáhara y si hay bronca, las hostias se las llevaran cuatro perroflautas que correrán Diagonal pabajo. Es más difícil ver correr a un pijo, que dimita Montoro.

"Hay que estar atento a las personas", le dice alguien a la camarera; aquí hay un humano; caigo en la cuenta de que el humano soy yo. Esta ciudad es cosmopolita de pelotas. De cajón. ¿De qué va a independizarse un cosmopolita? Esto es cosa de payeses, fijo, pijo. Un sinsentido, como ser plurinacional, sin ir más lejos. ¡Butifarra de payés!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios