¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Camino Francés

COMO era de prever, nos alcanzó la recurrente sentencia de Gil de Biedma: "Ahora que de casi todo hace ya veinte años". Lo decimos porque han transcurrido más de dos décadas desde que realizamos a lomos de una bicicleta chirriante el Camino de Santiago, esa espina dorsal de los reinos cristianos medievales por la que se coló en la Península Ibérica el románico y la persistente picaresca de algunos taberneros: "Camino Francés, dan gato por res". Recorrer los caminos y carreteras de España fue, y sigue siendo, una inmersión a pulmón en nuestra paradójica alma nacional, siempre violentada por ese encuentro de fuerzas centrífugas y centrípetas que nunca llegaremos a dominar. De todo eso habló mucho mejor que nosotros Ortega, por lo que no insistiremos más, pero sí recordaremos las pintadas que, aquel verano del 93, ensuciaban los muros del caserío y amenizaban nuestro monótono y esforzado pedaleo: "Gora Euskadi askatuta", "Castilla libre y comunera", "León no es Castilla", "El Bierzo no es León", "Galiza nación"...

La evocación de la juventud perdida la ha propiciado la lectura del documento presentado por Podemos como base de sus negociaciones con el PSOE, un centón que pretende servir de Bálsamo de Fierabrás para el dolorido y magullado cuerpo nacional. Al llegar a la cuestión territorial comprobamos con un brinco de sorpresa que la formación morada ha renunciado definitivamente a la idea de España como casa común para apostar por una especie de amasijo de territorios de primera y segunda clase cuya unidad no tiene ninguna justificación, como si fuese la cristalización definitiva de ese grupo de pintadas inconexas y contradictorias que adornaban el Camino de Santiago. Y no lo decimos por la reivindicación del tan cacareado referéndum en Cataluña (¿alguien de verdad duda de que tarde o temprano se celebrará?), sino por su intención de clasificar a los territorios en dos clases sociales - "naciones"y "comunidades políticas"- y de cambiar el sistema de financiación para limitar la solidaridad entre las regiones. Es decir, Podemos apuesta por un sistema territorial que consagre la desigualdad política y económica entre los territorios. Como el tabernero del Camino Francés, Pablo Iglesias nos está ofreciendo el gato de la disolución como si fuese la res de una nueva España. Para tal chapuza preferimos ser como el todavía yugoslavo Emir Kusturica, ciudadano de un país que desapareció de los mapas hace más de veinte años pero que permanece aún vivo en su memoria de juventud.

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