La que se lió con las deplorables declaraciones del bailaor Antonio Canales acerca del Festival de Jerez. Todo se resolvió, menos mal, en un pispás. No vendrá, y ya está. A nadie en su sano juicio le apetecería meterse en un hediondo 'estercolero' (el término es suyo). De la misma manera, pienso que el titular del espectáculo en el que iba a participar no habrá querido poner en peligro tan importante cita. Es fácil de imaginar: mira, primo, yo te quiero mucho, pero no me vas a arruinar la función. Punto final. De todas formas, opino que el caso se ha magnificado un tanto, lo que suele terminar beneficiando al injurioso. Desde que conocí las afirmaciones del bailaor sevillano tendí a darles el valor que tienen, que es muy poco. Obviando cualquier valoración artística -que resulta innecesaria en una trayectoria como la suya, con hitos indiscutibles en la historia reciente de la danza-, la impresión que cualquier hijo de vecino pueda tener sobre este señor no creo que sea la de una persona discreta o comedida. Más bien, todo lo contrario. Además, ciertas declaraciones, por su forma, definen a quien las realiza. El despreciable calibre de las suyas delatan de forma clara a una persona resentida, ayuna de respeto y cortita de educación, que parece no saber asumir cuál es su lugar en el mundo de la danza actual. Si mirase la programación de nuestro festival -o de cualquier otro- sin la animadversión que lo domina, bien podría formarse una idea objetiva, pero eso es mucho pedir. Pienso que el Festival de Jerez, por clase y prestigio, está muy por encima y que los méritos de nuestra cita -y los de las personas que la han dirigido desde su nacimiento- están más que acreditados. En esa línea, la gran María Pagés un día declaró que "Jerez es el lugar donde todos los artistas de la danza quieren estar". Ese, y no otro, es el sentir general.

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