HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La Candelaria

EL origen de la fiesta de las Candelas es tan antiguo que no se puede saber con certeza cuál es. Es probable que sea prehistórico. Los antiguos celtas ya tenían una purificación por el fuego por estas fechas. En Roma aparecen dos dioses que dan nombre al mes de febrero: Februo y Februa, el primero acaba confundido con Plutón, o se le supone padre suyo, pero parece que era un sobrenombre del Hades griego que significa "purificador"; y la segunda se confunde con Juno, madre de Marte, pero en este caso se trataría de la personificación del nombre de las fiestas que se celebraban en su honor: februales, februas (purificaciones). Por otro lado hay una confusa y desdibujada diosa Febris, muy temida, sanadora de las fiebres, sobre todo de las puerperales, honrada también con ceremonias en estos días. Estas deidades ancestrales confluyen en lo mismo: rituales del fuego para ahuyentar las enfermedades de las personas, ganado y cosechas; conjurar a los genios maléficos y a los gigantes; quemar en efigie a los enemigos y pedir la victoria en la guerra; aplacar a los muertos, hacer propicios a los dioses infernales y purificar las ciudades con hachas encendidas.

El papa san Sergio I, de origen griego y, como tal, muy devoto de la Virgen, instituyó cuatro fiestas marianas: Candelaria, Anunciación, Asunción y Natividad. El franciscano fray Baltasar de Victoria, en su Teatro de los dioses de la Gentilidad, según Julio Caro Baroja, dice que el papa quiso con prudencia desterrar la depravada fiesta pagana, muy popular, en honor del dios del Infierno y de la madre del dios de la guerra, y no atreviéndose a hacerlo por la fuerza, dispuso que las luces, cirios y antorchas "se traían en honra del verdadero Dios del Cielo, y de su madre de este Dios de pazý a la qual fiesta llamó Purificación, que es lo mismo que Februalia o lustro, y como se celebra con hachas y antorchas, se llamó fiesta de la Candelaria, y quedóse la fiesta en su punto, aunque trocado el intento." No habría resistencia. El cristianismo ya había santificado otras fiestas antiguas que aún se conservan.

No hubo mucho cambio. La frase evangélica "Yo soy la Luz del mundo" sirvió para que las candelas paganas entraran en las iglesias y se bendijeran las domésticas. La luz era símbolo de Dios en las ceremonias cristianas. El fuego sagrado de las vestales y de los templos paganos se transformó en la luz eterna de las lamparillas de los cristianos. Las velas benditas que se encendían en las casas, y se encienden, en la mía al menos, con su vacilante y tenue resplandor, protegen, según creencia popular, de los desastres del clima (tormentas, pedrisco e inundaciones) y de las enfermedades, siempre que con fe se invoque a los poderes celestes en la penumbra de su suave luz.

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