Carreteras secundarias

Se hace mucha demagogia elogiando al pueblo incorruptible frente a los sinvergüenzas que controlan el poder

E N el libro Carreteras secundarias (Malpaso), Alfonso Armada cuenta dos viajes en coche, en los peores años de la crisis, por las rutas interiores de nuestro país, es decir, por esos pueblos sin renombre alguno en los que no suele detenerse nadie, a no ser para echar gasolina o para pasar una noche apresurada en un motel de carretera. Al final del libro, Alfonso Armada enumera los lugares donde mejor ha comido a lo largo de su larga ruta, sobre todo en Andalucía. Y no cita restaurantes con estrellas Michelín ni gastro-bares ni nada por el estilo, sino los churros de María Antonia en Cumbres Mayores (Huelva), o las tostadas con jamón de Frasquito, en Espera (Cádiz), o la ensaladilla rusa del Abuelo, en Vélez-Rubio (Almería).

En su libro, Alfonso Armada no habla de la gente que se pasa la vida intentando acumular másters (reales o fraudulentos), sino de la gente que se dedica a criar esturiones en una piscifactoría, o de un pastor que cuida sus ovejas donde hubo unas minas de wolframio, o de un hombre que poda sus olivos cerca de Pilas. Toda la gente que aparece en el libro es así. Gente que nunca saldrá en las noticias, a menos que les pase una cosa muy triste -un accidente, un crimen-, o a menos que les pase todo lo contrario y les toque la lotería. Pero uno tiene la impresión, al oírles hablar de las ovejas y de los olivos, que esta gente que sufrió la crisis como nadie, aunque no se quejó ni protestó porque se limitó a tirar para alante apretando los dientes, es mucho más sabia y más inteligente que todos esos políticos y personajes famosos que pretenden saberlo todo y en realidad no saben nada.

Ya sé que se hace mucha demagogia elogiando al pueblo sano e incorruptible frente a los sinvergüenzas que controlan el poder, olvidando que el pueblo suele ser tan turbio y tan corruptible como las personas a las que elige con sus votos. Sí, de acuerdo. Pero aun así, esta gente que vive en la España interior por donde no pasan los turistas ni hay fábricas ni hoteles ni casi nada de nada, parece tener una visión de la vida mucho más interesante que todos esos fantoches que vemos a diario en la televisión. Y no sé por qué, uno tiene cierta confianza, en medio del pesimismo, sólo por saber que esa gente callada sigue existiendo. Con sus churros y sus podas de olivos. Y con su estoicismo. Y con su extraordinario sentido común.

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