Cataluña y los tiempos

El discurso amable que prima lo político sobre lo judicial va calando poco a poco en el paisaje

La entrada en la cárcel de buena parte del Govern, la suerte parecida que correrán los miembros de la Mesa y la patética huida de Puigdemont buscando el refugio de los belgas han dado un nuevo giro de tuerca a la cuestión catalana, y ha encarado el problema quizá de la forma que más incomoda al Gobierno, aflorando cuando menos interesaba la faz coercitiva del Estado (la prisión provisional, aunque sea ajustada a derecho, suele tener mala prensa) dejando en segundo plano los esfuerzos de aquel por no atizar más de lo necesario el fuego del 155.

En este carrusel de acontecimientos que no le dejan a uno escribir de otra cosa, me interesa un aspecto poco tratado: el tiempo. Para el Gobierno y los constitucionalistas, la cuestión no admite más demora y el tremendo envite secesionista no sólo requiere una respuesta, sino también una solución. Los mismos agentes externos (la Unión Europea, los inversores, o sea, el dinero) que han puesto lo suyo para dejar el desafío independentista en puro sueño irrealizable, aprietan para que la cuestión catalana no se eternice en el tiempo (la temida ulsterización), y abogan sin reparo por una salida negociada, al precio que sea.

Sin embargo, no se observa lo mismo en el contrario. Y allí siguen los indepes contra viento y marea, con su particularísima versión de la opresión, la libertad, y la democracia, sin importarles demasiado que de aquí a poco tengan que afrontar nuevas elecciones con sus principales líderes durmiendo en prisión, haciendo de la desdicha virtud. Sólo desde una perspectiva de los objetivos a largo plazo, donde mientras unos creen ganada la guerra otros consideran perdida una batalla, se entiende la temeridad de aprobar una declaración de independencia en sede parlamentaria sabiendo los riesgos de una condena judicial de muchos años de prisión. Si no es en ésta, parecen decirnos, será a la siguiente.

Entretanto, el discurso amable que prima lo político sobre lo judicial va calando poco a poco en el paisaje, convertido en el argumento más sólido para atraerse el apoyo internacional. Ayer un exprimer ministro belga, hoy una asociación de jueces, mañana quién sabe. Si todavía hoy podemos intuir que a corto plazo el Estado puede controlar la situación, no apostaría yo tanto al éxito de esta empresa a largo. A no ser, claro está, que los electores catalanes estén por despejarnos las dudas el 21-D.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios