César en... ¿Gibalbín?

La ciudad de la historia

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CUENTAN las crónicas que Julio César, al visitar la estatua de mármol de Alejandro Magno, que se veneraba en el Templo de Hércules de Cádiz, lloró porque a su edad, Alejandro ya había conquistado el mundo. La última vez que estuvo aquí lo hizo en el año 45 a.C., ese año, concretamente el día 17 de marzo, tuvo lugar en nuestro suelo una de las batallas más feroces de la antigüedad, de las que se tiene noticia, la batalla de Munda.

Después de la muerte de Pompeyo "El Grande", tras la batalla de Farsalia, parecía que las guerras civiles de la república romana tocaban a su fin, pero no fue así. La nobleza senatorial romana, encabezada por los hijos de Pompeyo (Sexto y Cneo) levantó en Hispania un formidable ejercito de 70.000 hombres (13 legiones), al mando de las cuales se encontraba uno de los generales más capaces de César durante la guerra de las Galias, Tito Labieno.

César disponía de poco tiempo y tenía que actuar con rapidez. Movilizó 8 legiones (40.000 hombres), entre las cuales estaban las más veteranas de la guerra de las Galias, la V (Alauda), la X (Equestris), la XIII (Gémina) y la III (Gallica). La batalla duró todo un día y, una vez más ganó, aunque como reconoció después (según Apiano) aquel día luchó más por salvar su vida que por la victoria.

Resulta quizá paradójico que el propio César no sobreviviese mucho tiempo a su victoria ya que al año siguiente, el 15 de marzo del 44 a. C., caía a los pies de la estatua de Pompeyo, en el senado de Roma, bajo los golpes de 23 puñaladas asestadas por un grupo de "hombres honrados" (Shakespeare "dixit").

El siempre apasionante tema de la ubicación de la batalla de Munda (y de la ciudad de Munda) ha hecho correr ríos de tinta entre los defensores y detractores de los lugares que, hasta ahora, se consideraban como más seguros para su emplazamiento. Básicamente, el historiador César Pemán en 1973, los dividió en tres grupos. Los que tradicionalmente han defendido la tesis de que Munda se encontraba en Montilla (Córdoba); aquellos que se inclinaban por Ronda (Málaga), y, por último un grupo que la situaba en los alrededores de Jerez. Entre estos, se encuentran Lucio Marineo Sículo (De rebus Hispaniae…), Ocahsa (Enmiendas al diccionario de Nebrija), Rafael de Volterra (Comentarium Urbanorum), Ortiz de Zúñiga y Adolfo de Castro.

La ubicación de Montilla, ha sido defendida como histórica desde que el general Lammerer, colaborador de Schulten, realizó los estudios cartográficos en 1921. Menéndez Pidal la hizo suya. Precisamente en un reciente simposio, la mayoría de los especialistas se han inclinado por Osuna como emplazamiento más probable del lugar del encuentro, y no Montilla.

Aunque poco considerada, la hipótesis de que Munda se hubiese encontrado en las proximidades de la actual Sierra de Gibalbín, entre Jerez y Lebrija, es apasionante por su cercanía, y también porque hay elementos históricos, arqueológicos, e incluso paleobotánicos que avalan esta tesis.

El principal valedor de la misma, es el profesor Adolfo de Castro, que la defendió brillantemente en su libro Historia de Cádiz y su Provincia desde los remotos tiempos hasta 1814, del año 1858. Señala el autor el nombre que toma un arroyo que parte de Gibalbín hacia Lebrija: Romanina ("...de pelea y matanza de romanos pudo venir la voz romanina…"). Aporta también el hecho de que el Nubiense llamase "Gebal Mont" a Gibalbín, una posible evolución del vocablo Gebal Monda, al posterior Gebalmín o Gibalbín.

Tal vez, la clave de todo esté en el fósil de una planta: el palmito. Plinio relata, "… palmati lapides circa Mundam in Hispaniam ubi Caesar dictator Pompeium vicit,…" (Historia natural, lib. 36, 134). La aparición de fósiles de palmito en los alrededores de la ciudad de Munda (planta de la que hablan, por ejemplo, Teofrasto y luciano) podría ayudar a la identificación del yacimiento. El área de distribución del "Chamaerops humilis" (palmito), en el Cuaternario, es muy limitada. Esta palmera, única autóctona de Europa Occidental, prospera sólo en suelos "infrailicinos". Este tipo de suelo sólo se da en la Península en el área mediterránea y en las partes más bajas y próximas al mar del valle del Guadalquivir. Esto podría descartar una ubicación más al interior, Córdoba, ya que ésta planta aguanta muy mal el clima frío, propio del período Cuaternario europeo, y favorecer la hipótesis, por tanto, de Gibalbín.

Pero, con todo, lo más sorprendente son las fuentes clásicas. Por un lado, Hircio (a quien muchos creen el propio Cesar) en su De Bello Hispaniensi (La Guerra de España) XL 7 - XLI 1, escribe "…Caesar Gadibus rursus ad Hispalim recurrit. Fabius Maximus quem ipse ad praesidium Mundam oppugnandum reliquerat…". O sea, sitúa a Munda en el itinerario entre Cádiz y Sevilla. Por si esto fuera poco, Silio Italico, escribe (Punica, III 399 s.): "…Armat Tartessos stabulanti conscia Phoebo. Et Munda Hemathios Italis paritura labores…". Esto es, Silio Itálico sitúa a Munda …junto a Tartessos. Siendo así que el yacimiento arqueológico más importante situado en las proximidades de Gibalbín es el de Mesas de Asta (Asta Regia), esto aclara bastante las cosas. Sólo así cabe interpretar el hecho de que en el capítulo XXVI del De Bello Hispaniensi se mencione el hecho de que tres caballeros astenses (de Asta, que siguió el partido pompeyano) se pasasen a César enteramente cubiertos de plata, "…equites Romani Hastenses argento prope tecti [equites] ad Caesarem transfugerunt…". Indirectamente, una vez más, aparecen interconectadas Tartessos y Asta Regia (Mesas de Asta). El propio Aulio Hircio (De Bello Hispaniensi, XXXVI 4), vuelve a decir, "…Quo facto oppido (Hispalis) recuperato Hastam iter facere coepit. Ex qua civitate legati ad deditionem venerunt. Mundenses qui ex proelio in oppidum confugerant…".

De manera que se encuentran relacionadas en, al menos cuatro textos clásicos, Munda, Asta y Tartessos. Ya el padre Rallón en su Historia de Xerez de la Frontera..., del año 1660, nos habla de una "…población principalísima… había una gran tesoro…", al pie de Gibalbín. Sus ruinas, desaparecieron, como el "…suntuoso anfiteatro…" de Asta, que ya en la época de Rallón (siglo XVII), era utilizado como establo. César Pemán cuenta cómo lo que quedaba de la muralla de Asta, fue usado en 1870, en la construcción de la carretera de Trebujena.

La desaparición de la mayor parte del patrimonio histórico de nuestra área geográfica es un hecho, tal vez irreversible. Pero quizá lleguemos a tiempo de salvar los restos arqueológicos que hayan quedado ocultos bajo el nivel actual del terreno, si existe la voluntad de movilizar los recursos necesarios.

El abandono en que se encuentra el yacimiento de Asta, debe hacernos reflexionar sobre cómo queremos preservar nuestro patrimonio, y si verdaderamente existe el propósito de investigar acerca de las raíces de nuestro pasado. Que, durante los últimos cincuenta años, no se haya articulado una campaña arqueológica medianamente coherente, teniendo uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Europa Occidental, representa un hecho difícilmente concebible. No hagamos de nuevo "hacer llorar" a César.

Alberto Manuel Cuadradro Román

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