En circunstancias normales yo ahora mismo estaría en Barcelona y con algo de resaca por el atracón de cava que me habría pegado ayer en Sant Sadurní. Pero como hablar de circunstancias normales y de Cataluña en la misma frase es como hablar de canibalismo vegetariano -o sea, un despropósito-, este año he preferido quedarme en tierra, aun a costa de perderme una de mis fiestas favoritas.

Además, para sentirse como en Cataluña ya no hay ni que ir hasta allí. Basta con encender la tele y comprobar que todo gira en torno al único tema de conversación posible desde que los independentistas se empestillaron en copar la actualidad con su pataleta de niños consentidos. Pero es que si se abre un periódico, tampoco nos libramos. Los articulistas hace tiempo que dejamos de estrujarnos las meninges para escoger un asunto sobre el que escribir porque no hay otro. La sección de Economía se dedica a hacer recuento de las empresas que saldrán por patas del territorio catalán, mientras que la actualidad andaluza pasa por conocer la opinión de su presidenta sobre la pejiguera del separatismo. Incluso cuando se habla de deportes en la prensa es para recoger las declaraciones del futbolista que llora por el ultraje hacia su pueblo oprimido, o las del tenista que no da crédito ante tamaño disparate, o se abre un debate sobre los colores de las camisetas que llevarán los equipos rivales, según la idea de España que defienda cada cual, para demostrar así que no hay nada como tener una patria para dar patadas, aunque sea a los balones.

Como en la peor pesadilla, la sombra del independentismo se aparece donde menos se le espera. De tantas como salen en los telediarios, yo ya veo banderas catalanas en las bayetas de limpiar el polvo y en las tapas de ensaladilla; se me aparecen en los cuadros de Mondrian y hasta en las propias banderas de España, que con la cantidad de colores que hay para escoger, también es casualidad que sean tan rojas y amarillas como las señeras.

Pero no solo en el resto de España estamos padeciendo un proceso severo de catalanización. Lo curioso es que a su vez los catalanes, sobre todo los separatistas, se están españolizando a un ritmo que da vértigo. ¿Cómo se entiende, si no, que anunciaran la proclamación de la república para el martes pasado y que estemos a domingo y aquello siga manga por hombro? ¿Estarán mirando el libro de instrucciones a ver dónde viene lo de organizar países? ¿Estarán preparando el sofrito para la paella inaugural? Y del referéndum que organizaron el otro día ¿qué me dicen? Ni con un poco de cinta aislante habría quedado más chapucero.

Por eso, los que nos habíamos acabado creyendo el tópico del seny (esa prudencia elegante que supuestamente distingue al auténtico catalán) nos hemos quedado chafados al comprobar que la causa independentista está más cerca de la telera de pan payés que de esa discreción aguda y un poco aristocrática. Así que, una de dos, o el auténtico catalán está lejos de este independentismo silvestre o es el independentismo el que está en las antípodas de lo auténticamente catalán.

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